miércoles, 28 de julio de 2010

 

UN CUENTITO ESPAÑOL SOBRE LA GESTA DEL 25 DE JULIO



En estos días hemos contemplado en las calles de Santa Cruz de Tenerife las representaciones de lo que han venido a denominar “La Gesta de 25 de julio” y, sin desdeñar la importancia que para el pueblo canario tiene el recordar este acontecimiento, se precisan algunas puntualizaciones. Hemos observado una versión militarota made in Spain, sin rigor histórico, de aquel acontecimiento vital en la historia de las Islas Canarias. Mi humilde opinión es que lo teatralizado en poco se ajusta a los hechos acontecidos en aquellos ventosos días de julio de finales del S.XVIII que pudieron cambiar la historia de las islas; ya Pérez Minik hablaba de la posibilidad de haber pasado Canarias a la Corona Inglesa; tema, de cualquier forma, discutible y que sería objeto de un análisis más extenso al que parecen rehuir nuestras facultades de historia en Canarias.
Si se es riguroso con la historia debió recibir el protagonismo el pueblo llano de Santa Cruz de Tenerife, como ya muestra la mejor escultura histórica de aquella ciudad. Se encuentra ubicada, quizás algo enterrada al extremo derecho del Cabildo Insular. La escultura no suficiente valorada del Premio de Canarias el catedrático Don Manuel Bethencourt Santana: “El grito” como con cariño la denomina el pueblo. La obra, a pesar de sus detractores españoleros, da en el clavo al poner rigor histórico al acontecimiento y rendir un sensible homenaje al valiente pueblo de Tenerife. Fue quién derrotó la flota que trajo Nelson a someter a las Islas Canarias. En aquella obra de arte se observa a una canaria, mujer del pueblo, con los puños cerrados, gritando con rabia al ventoso cielo y arengando a los paisanos para plantar cara al ejército invasor de Nelson. Este grito de guerra, que desgarró la noche de aquel mes de julio, otorga el protagonismo a quien se lo merece, a quien mal armado derrotó al contralmirante Nelson con su valentía y arrojo. Por otro lado cumple el papel de quitar la máscara, con rigor histórico, a quien no tuvo una postura gallarda, como lo fuera el General Gutiérrez, y también a sus oficiales y a la mayoría de militares a sus órdenes. Esta vergüenza histórica para el ejército español fue destacada por la propia metrópolis al no otorgar ningún mérito al General y a las fuerzas a su mando. Quisieron dejar clara la cobardía de sus timoratos oficiales, que sólo regresaron cuando ya el pueblo había repelido a la flota inglesa y cuando el General Gutiérrez pactó con el propio Nelson que le dejaba marchar si prometía no volver a atacar las Islas Canarias.
Habla por si solo el desdén con que la Corona trató a su máxima autoridad militar en las islas: General Gutiérrez y a los oficiales a sus órdenes.
Traeré un ejemplo de ello, sacado del libro “Los Desertores en la Gesta Del 25 de Julio” de Don Juan Carlos Cardell Cristellys, sin olvidar lo manifestado al respecto por Don Antonio Rumeu de Armas y el propio Alejandro Cioranescu sobre lo acaecido aquellos días de donde se surte el expresado libro, así como de fuentes inglesas y francesas que han estudiado el tema por la cuenta que les traía.
Son palabra sinceras de uno de los protagonistas de dicha gesta, lo que le aportan un valor especial; son palabras de quien luchó y fue testigo de primera mano de los acontecimiento: dudas y huidas en los oficiales del ejercito español en canarias. Domingo Vicente Marrero nos dice sobre lo acontecido y cito textualmente:
“Quiero y no quiero hablar de los muchos señores oficiales que abandonando la patria al furor de sus invasores permitieron su ruina a cambio de conservar sus vidas volvieron la espalda a la primera voz de estar el enemigo en tierra.
Llenándose los caminos y aún las salidas más intransitables de nobles cobardes que fugitivos corrían a tomar altura de donde observar sin recibir daño; es cierto que los milicianos, soldados la mayor parte, lo ejecutaron también pero ¿por qué?”
Y nos responde este testigo presencial:
“Porque veían a sus comandantes, a sus capitanes, tenientes y alférez tomar la delantera, dándole el más vil ejemplo y a más que cuando estos lo hicieren acaso por ventura ¿Saben lo que es el honor? ¿Tienen de él alguna idea? ¿Han leído las reales ordenanzas? ¿Qué bienes y caudales aventuraban? NADA. NADA DE ESTO SE ENCONTRABA EN UNOS HOMBRES AGRESTES Y RÚSTICOS”
Ya es hora de poner los puntos y las comas en su lugar, como ha hecho el Escultor Manuel Bethencourt Santana. Espero que en próximos años se cuente con el auténtico protagonista de los acontecimientos: El pueblo llano.

sábado, 17 de julio de 2010

 

VIVA LA CULTURA, PERO TAMBIÉN LA CANARIA, ESPAÑOLEROS DEL MUNDO MUNDIAL.


Obra: Atis Tirma de Manuel Bethencourt Santana



El pueblo catalán nos da ejemplo con sus valiente y categóricas protestas contra una sentencia dictada por un caducado y politizado –en el sentido más oscuro del término- Tribunal Constitucional Españolero. Me han entrado arcadas de vómito el repasar un texto redactado con el ácido estomacal de lo que yo califico la amarga y vengativa bilis del Toro Español; sentencia que rezuma anticatalanismo rampante –aunque lo niegue-; sentencia aderezada con los ácidos de estómago más vetustos de la bandera roja y gualda del amenazante y cornudo toro negro.
Con el tema de la sentencia del Estatuto Catalán pueden observarse las diferencias entre un pueblo sometido por los intereses de otro y un pueblo colonizado. Nos encontramos, por un lado, con el pueblo catalán preso por los caprichos del “castellano”; palabra que representa el rancio nacionalismo español y, por otro lado, sin embargo nos topamos con algo muy diferente: con un pueblo Canario “colonizado” por todo el pueblo Español; pueblo que nos sometió a sangre y fuego desde hace más de cinco siglos y continua con su rapacería.
Al pueblo catalán los españoles fachas no le permiten el autogobierno soberano que han aprobado en buena lid; sin embargo el tema de Canarias es de más calado al entrar el factor colonial. Las diferencias, entre muchas otras, son evidentes; en el pueblo catalán sus propias instituciones y partidos, a excepción de los fachas de siempre, apoyan sin complejos su lengua y cultura; no obstante en Canarias, al ser una colonia, se oculta, se tergiversa y se persigue al que lucha por su cultura. A los amantes de la cultura canaria se nos califica con lindezas despectivas, en una gama que va de terrorista a provinciano, aldeano, inculto y todo ello con la prepotencia que demuestran los españoleros del nacionalismo español en estas islas perdidas en el Atlántico. Pero es vergonzoso observar que los peores en esta tarea opresora son los conversos. Aquellos que se autocalifican de nacionalistas y que sólo utilizan el término para su lobby de cuatro trileros del cemento y el trapicheo. Me temo que, para vergüenza de cualquier canario, ni siquiera replicaron a un Zapatero neoliberal, no por ser ellos también neoliberales, sino porque les prometió no recurrir el negociete de Granadilla para que sus cuates, los mismos que trapichean en las Teresitas, en el Plan de Ordenación de Santa Cruz de Tenerife, etc. Los que siempre permanecen pegaditos al talego del gofio y así llenar más su buche insaciable.
Lo que más cabrea e indigna no es exclusivamente que ganen mucho dinero público, sino que el derroche de nada sirve al pueblo canario con el máximo índice de desempleo y sueldos y pensiones más bajas de todo el estado; por el contrario, estos trapiches van a condenar nuestro futuro medioambiental en el sur de Tenerife y me temo una vez más, que estos vendepatria, con la bendición del neo Zapatero, otrora adalid del progreso, ahora abogado de los banqueros y empresarios, el del rollito progre para engañar a los bobos bienintencionados sea cómplice de sus atropellos.
Pienso que para que cualquier pueblo pueda afrontar su futuro en libertad es preciso conocer su verdadera historia; se necesita que en las escuelas, colegios, institutos, universidades y en cualquier foro se profundice, se eduque, se conozca la verdadera historia y cultura del pueblo canario; aunque se la considere intencionadamente primitiva, neolítica. Es preciso que juntemos nuestros cerebros contra los conquistadores españoles y sus descendientes mentales que han intentado borrar nuestra cultura a sangre y fuego; es necesario que dejemos con el culo al aire a todos aquellos que la quieren desaparecer de la faz de la tierra. En nuestras escuelas bajo el timón de Milagritos “Gritos”, presunta nacionalista, se nos enseña quien fue el Cid Campeador que, dicho con todos los respetos, nos podía importar un carajo y sin embargo se nos oculta a nuestros ancestros Bencomo, Beneharo, Bentejuí, etc.
Para que un pueblo sea auténticamente libre se precisa conocer su cultura, que se divulguen sus orígenes y se nos haga partícipe de su devenir en los siglos desde su prehistoria. Una de las tácticas preferidas del colonialismo es hacer olvidar a los colonizados esos orígenes, ocultarlos, tergiversarlos; entre los métodos predilectos del nacionalismo español figura el reescribir con su pluma roja y gualda la historia del pueblo colonizado y encorsetar sus orígenes entre cruces y vírgenes santas, cirios y meapilas de los que tenemos relevantes personajillos y figurines en nuestra fauna isleña dentro incluso del partido de Pablo Iglesias; sin ir mas lejos, Fraga en ese Adeje con sus famosas procesiones y rosarios, sin dejar su puesto en el consejo de administración bien remunerado de Cajacanarias; el Presidente del PSOE en Canarias, que sustituyó al belillo parlanchín que se mandó a mudar al mundo mundial; junto a este peje, con su presunto humanismo cristiano y su defensa de la santa y brava unidad del Pueblo Español Don Eligio Hernández, insigne meapilas donde los haya, dicho con cariño –eso al menos nos cuentan con sorna-.

El Nacionalismo Español en Canarias nunca ha cejado antes, y ahora menos, en destruir los vestigios de nuestro historia, reescribirla con tintes españoleros, ocultándola intencionadamente al pueblo llano o ridiculizando todo lo canario que nos recuerde las raíces. Hagamos memoria: ¿les suena aquello de guanchitos, taparrabo, zalea?, y ¿recuerdan sus proclamas para que dejemos de hablar de cabritas, cuevitas, pintaderas, cerámica, etc.? En resumidas cuentas, nos quieren hacer creer que se trata de mariconaditas y dentro de este término, introducen cualquier vestigio del pasado guanche; para rematar critican un neolítico de mala leche.
Un aventajado especialista en esta denigrante labor es el Secretario General del Español Partido Socialista, José Miguel Pérez, Presidente del Cabildo Insular de Las Palmas de Gran Canaria. Supuesto Catedrático de Historia, para que joda más, que ha llegado a decir que la historia de Canarias le importa un pito; lo que yo traduzco –perdón por lo vasto pero le viene a pelo- que le suda sus cojones españoles, presuntamente socialistas; este cultísimo historiador –dicho en término coloquial- siempre tan guapito, aseadito a lo niño pijo tiene ahora la posibilidad de culminar su tarea de eminente historiador negando los fondos al Museo Canario, con disculpas que atacan la inteligencia, el mantenimiento se paga con el chocolate del loro. Pidiendo perdón a los rebenques que pululan por Canarias.
Sus malas artes contra el museo de Chil, entre rezos integristas de rosarios y santurrones golpes de pecho, no me dejan la menor duda a definirlo: como un fiel servidor de su amo español y destacar que con su cagada ha quedado al descubierto el pájaro contra la cultura canaria que incuba en su interior rojo y gualda.
Otro ejemplo de cómo se tergiversa la historia la tenemos en la llegada de Nelson a Canarias; se ha intentado dar protagonismo al General Gutiérrez, cuando los propios españoles, tras los acontecimientos le consideraron un cobarde; se ha pretendido dar el mérito al presunto ejército español, cuando el auténtico valedor del triunfo fue el pueblo llano, nuestros antepasados que defendieron con su vida a la Isla, mientras militares de alto rango huían con el rabo entre patas o se escondían compungidos preparando la rendición. Otro tanto sucedió en relación al ataque de Las Palmas de Gran Canaria por Van Der Doez defendido por los canarios de a pie y no por el ejercito español y los herederos de los conquistadores que pedieron el culo corriendo a esconderse.
Viva la cultura, pero también la canaria, españoleros del mundo mundial.

sábado, 10 de julio de 2010

 

Canarias pudo ser una colonia inglesa.



Muchos canarios se preguntan qué hubiera sucedido en el supuesto de que los ingleses hubieran arrebatado a España Las Islas Canarias, su colonia en África , y. por ello, quiero recordar lo que sucedió entre el día 21 y 22 de Julio de aquel ventoso mes de julio de 1797. Bebo de las fuentes de los no suficientemente valorados doctores Don Antonio Rumeu de Armas y Don Alejandro Ciaranescu; sin olvidar, historiadores inglesas y francesas por la implicación de sus países en aquel acontecimiento.
EL ATAQUE DE NELSON POR EL MUELLE.
“Tomaré el mando de todas las fuerzas destinadas a desembarcar bajo fuego de las baterías de la ciudad y mañana probablemente será coronada mi cabeza con laureles o con cipreses”
Carta de Nelson a Jervis, tras fracasar en el primer intento.
A pesar de los contratiempos y del claro fracaso de los días anteriores Nelson no cejó en su empeño de hacerse con el puerto de Santa Cruz de La Laguna. No tomó ventaja de su condición de contralmirante y se dispuso a personalmente comandar a sus hombres en la que sabía era la opción más arriesgada en caso de ser descubiertos ante de tomar tierra.
En la derrota anterior tuvo un papel relevante el pueblo llano, como nos empresa Valverde;
“…y no habiendo bestias para que condujeran el agua a nuestros tropa, que era lo que mas apetecían por el mucho calor, se ofrecieron las mujeres que tienen el oficio de aguadoras en el pueblo a conducirlas sobre sus cabezas, por un cerro tan pendiente y áspero que ninguna había transitado; luego que condujeron la agua se personaron a llevar canastos de fruta, pan y demás socorros…”

El contralmirante ordenó a las lanchas partir al unísono precedidas por el Cúter Fox; deberían acceder a tierra más o menos al mismo tiempo. Apelaba a la oscuridad de aquella ventosa noche para evitar ser descubiertas y quedar a tiro de la plaza, Nelson ordenó forrar con lonas los remos para evitar el ruido al bogar sobre el encrespado mar tomado por una resaca a que nos tiene acostumbradas las islas en los ventosos meses de Julio.
Las fuerzas invasoras se organizaron en seis divisiones. Una de ellas la comandaba personalmente Nelson, acompañado de su hijastro Nisbet. Pocos días antes, el 21 y 22 de julio, había fracasado en su intentó de hacerse militarmente con la fortificación Central; se debió aquel intento por la fiera defensa de los Nivarios; es importante dejar constancia de la participación del pueblo llano en este importante acontecimiento. Los planes de Nelson cayeron por tierra al no po0der acallar desde la altura la defensa de la fortificación de Paso Alto como tenía previsto. Pero es que ni siquiera logró poner en práctica su plan de enviaba a un parlamentario Troubridge del Culloden que exigiera al General Gutiérrez la rendición del castillo. Su comandante en tierra portaba una carta de intimidación escrita personalmente por el propio Nelson. Amenazaba, en caso de negativa, con atacar directamente el Castillo; las tropas desembarcadas caerían sobre la fortaleza. Contaban con la ayuda de una andanada de cañonazos de su flota alienada, en formación de combate, a pocas millas de la plaza.
A las 21 horas del día 24, según lo previsto, unos 700 hombres embarcan en los 29 botes, 180 en el cúter Fox y 80 en el barco apresado el día antes a los nivarios en aguas próximas a la bahía. Nelson contaba con seis divisiones, mandados por los siete capitanes de la escuadra, y se repartían en decenas de lanchas, iban provistos de sables, hachas, sierras y escalas para el asalto del castillo, además de cañones de campaña. Las once de la noche fue dada la señal. A la una y media de la madrugada habían llegado a distancia de una mitad de tiro de cañón del martillo que formaba el extremo del muelle, sin que nadie los hubiera descubierto. Pero se rompió la sorpresa cuando las defensas les otearon poquito antes del desembarco en el pequeño muelle.
El General Gutiérrez ordenó la bienvenida con el fuego de cañones de las baterías desplegadas de un extremo a otro de la playa que encendieron el cielo con su ensordecedora metralla. Casi al mismo tiempo, las lanchas tuvieron que separarse por el viento racheado y las corrientes cambiantes. Sólo algunas supieron mantener su rumbo en dirección al muelle, pero la mayor parte de las lanchas fueron arrastradas por el fuerte oleaje más allá, en dirección SO.
La ventolera era tal y las corrientes arreciaban con tanto vigor que la lanchas invasoras se dividieron en tres grupos de asalto: uno que alcanzó su objetivo en el muelle, otro grupo que, a duras penas, pudo tomar tierra al sur de la caleta de la Aduana y el tercero que fue arrastrado por las corrientes marinas todavía más al sur, casi a la desembocadura del barranco de Santos. En resumidas cuentas sólo cinco lanchas consiguieron llegar al muelle y playas contiguas.
A eso de las 2,30 horas de la madrugada los defensores del Casillo de San Miguel al mando del subteniente D. José Marrero y con algunos franceses del bergantín La Mutine con su capitán Monsieur Ponmiés y Mr. Faust, que estaban en el castillo como agregados, advierten la proximidad de botes ingleses y el propio D. José Marrero con una bocina grita al barco inmediato La Princesa, que estaba en la bahía, dándoles el aviso y también para la noticia a la Batería de Santa Teresa que estaba a su derecha, (cuyos artilleros Francisco Borges, Francisco Días, Antonio González, Nicolás de la Rosa y José Chitz), y estos a su vez a los de la Batería de San Antonio y así sucesivamente a toda la cortina abren fuego con los cañones de las distintas baterías y castillos, así como la fusilería desde las casas próximas.
El contralmirante tuvo que acomodarse a los acontecimientos adversos. Confiaba en la destreza y pericia de los marinos a sus órdenes capaces de todo para obtener la rendición de la villa. La resaca acrecentaba por instantes y desmembraba a un más a los invasores ingleses. Los recién llegados no esperaban el bautizo de pólvora y llamas que les deparo el ser descubiertos antes de lo planeado. Era un infierno, desde la fortaleza y el muelle, desde la muralla, la plaza y hasta desde las ventanas de las casas que miran al mar les dieron leña sin cuartel, los canarios no estaban dispuestos a ceder ante una flota invasora que amenazaba sus vidas; una ola de patriotismo rondó por la villa, algunos se aprestaron a la defensa con lo que hallaron a mano, rozaderas, horquetas, hachas, podotas y cualquier objeto punzante; sin embargo, otros amedrentados corrieron temerosos por sus vidas al interior de la isla, incluso a sabiendas de la orden del General de pasar por las armas cualquier desertor.
EI grupo de lanchas que logró llegar al muelle sufría severas pérdidas. En el muelle, apostados tras cualquier parapeto, los esperaba una muchedumbre de paisanos y milicianos, que salían a defender la villa. Muchos nivarios, milicianos y paisanos, se lanzaban al ataque directo contra los marinos desembarcados sin miedo por su pellejo, el cuerpo a cuerpo regaba de sangre el desembarco y endulzaría el estómago de los peces de la bahía. El capitán Thompson y los hombres de las dos primeras lanchas fueron los primeros en poner sus botas en la escalera de acceso al muelle, lo hacían a cuerpo descubierto. Muchos marinos caían muertos a sus pies acribillados a balazos que les propinaban los defensores. A las dos primeras les seguía una tercera lancha repleta de invasores y a esta una cuarta donde llegaba precisamente Nelson. Freemantle, Richar Bowen y los hombres de cinco lanchas logran desembarcar en el muelle con más de cien atacantes no fue suficiente la tormenta de fuego para cortarles el acceso a la villa. Los marineros bogando con vigor se esforzaban contra las inclemencias del tiempo, la resaca propia del mes de julio les dificultaba el acceso al desembarcadero, remaban contra la corriente, gritando y maldiciendo hasta dejar sus embarcaciones junto a la escalera del muelle; el primero en asirse fue Bowen, le siguió Freematle y cuando ambos se disponían a tender la mano al contralmirante para ayudarle a desembarcar, con gran pesar, le vieron mal herido entre los doloridos brazos de su hijastro Nisbet.
Entre fogonazos, estampidos y reventones de metralla Nelson casi alcanzaba con su bota militar el suelo nivario, llamado así por la nieve que cubre el Teide. Cuando se dispone a poner su pie en tierra blandiendo su espada en alto, recibió un certero disparo que le hirió de rebote con un casco de metralla en el brazo derecho, a la altura del codo. El valiente militar pretendió asir, de nuevo, la espada pero se desprendió de su mano yerta para ir a caer en el fondo de la embarcación. A duras penas Nisbet reclinó a su padrastro cuidadosamente en el fondo de la lancha, le cubrió el brazo con el bicornio para evitar la impresión que la sangre que manaba a borbotones producía en su ánimo y se dedicó a taponar las venas del almirante con jirones de tela de uno de los marinos que le acompañaba; dada las órdenes precisas la lancha se dispone a retornar a la flota que se parapetaba frente a la bahía y se aparta tambaleante de la escollera del muelle; si la suerte le dio la espalda a Nelson en aquella noche, el inglés también pudo observar, con el alma encogida, como el cúter Fox, conducido por el teniente John Gilson, recibía un certero disparo en la misma línea de flotación procedente del Castillo de Paso Alto y el mar lo inundó, casi lo tragó en un eructo burbujeante; al mismo tiempo que otros cañones de San Pedro y de las baterías de la izquierda lo martilleaban con tal precisión que con un relincho se lo zampo el mar, previa una explosión que lo lanzó por los aires como un tizón encendido ante la satisfacción de los artilleros que victorearon por el pepinazo que hundió el cúter invasor. Murió preso del dolor su comandante desmembrado por la metralla y, al menos, 97 de los 180 hombres que el cúter acarreaba a tierra aquella desventura noche, uno por los disparos y otros heridos perecieron ahogados en las aguas revueltas de aquella noche sangrienta. Pero todo no estaba perdido para el inglés que llegó a Nivaria a dar un patada en el culo al rey español en el culo de los canarios.
Los invasores que, entre fogonazos de metralla, han logrado desembarcar clavan sus cañones corriendo a toda prisa y se parapetan en la Casilla del resguardo, recibiendo fuego cruzada que provenía de cualquier lugar de la costa. Fundamentalmente de la artillería del Castillo de San Cristóbal y de la batería de Santo Domingo. Los nivarios, aquella aciaga noche, iluminada por la metralla les saludan con los 67 cañones que cubren el frente de Santa Cruz. Los milicianos desplegados y emboscados en la Alameda de la Marina les asechan, les esperan ocultos en la penumbra, por instantes, iluminada. Se abren paso los desembarcados incluso luchado cuerpo a cuerpo con los milicianos que se abalanzan, sin cuartel, contra los invasores. Caen muertos Richard Bowen que meses atrás avergonzó al general Gutiérrez robándole una fragata con su cargamento y también, sucumbió el comandante de la fragata Terpsichore y los tenientes Thorpe, Earnshaw, Weerterhead y John Baishar; muchos paisanos también sucumbieron en aquella hora de lucha frontal y sin cuartel.
Nelson regresa al Theseus gravemente herido en su brazo derecho, en la semiinconsciencia se creyó perdido, desde lo alto se veía en los brazos de su hijastro Nisbeth que lo acostaba en el fondo de la lancha y con tiras desgarradas de la camisa de uno de sus marineros de ojos asombrados vendaba fuertemente su brazo para parar la hemorragia. Apretaba el torniquete más arriba del codo derecho para impedir que se desangrase por la herida abierta. Mientras tanto, la lancha había emprendido el regreso para conducirle a bordo del Theseus. Nelson seguía aturdido por el dolor y la pérdida de sangre, pero no lo suficiente para dejar de dar órdenes de ayuda a los náufragos del cúter Fox.
Lo condujeron al Theseus, donde lo izaron, no sin dificultad, por medio de una cuerda arrollada alrededor del brazo válido. Digno y haciendo acopio de sus últimas energías rechazó cualquier otra ayuda. Una vez en cubierta, el cirujano francés acabó con un serrucho la obra empezada por la metralla canaria. Cercenó la carne y el húmero, hasta desprenderlo del brazo con el mismo sonido con que se corta una rama del tronco central. El francés mancó por lo sano para evitar infecciones y cangrenas; ligó como pudo las venas y las arterias del muñón y el serrucho le sirvió para seccionar el hueso ante los ojos espantados de los presentes que le acompañaban en aquel penoso estado. Todas las amputaciones tienen mucho de carnicería y el cirujano de matarife, pero aquélla fue de verdad una auténtica masacre, dolor, carne y huesos desmembrados y sangre a mansalva. Nelson soportó la operación con ejemplar entereza y, cuando se le preguntó qué se había hacer con el brazo separado, dijo con sorna que lo tiraran al agua, en el mismo saco que cubría el cadáver de uno de sus hombres, flotó por un instante y se hundió con cautela en las aguas de Nivaria mientras los fogonazos recordaban que en tierra la lucha sin cuartel proseguía. Recordaba ahora a su padre pastor protestante en su parroquia repartiendo consejos; el dolor en su rostro de su progenitor al perder 8 de los 11 hijos que tuvo sin manifestar una queja a su Dios que se lo llevó; volvió a conformarse y balbuceó:
-Yo, al menos, me he aproximado a los cuarenta años; años que mis pobres hermanos ni siquiera pudieron disfrutar.

sábado, 3 de julio de 2010

 

En el mes de julio de 1797 Nelson arribó con su flota a Tenerife.



El GENERAL DON ANTONIO MIGUEL GUTIÉRREZ GONZÁLEZ-VERONA
Y EL CONTRALMIRANTE NELSON:


Intentaré realizar algunas precisiones sobre El General Gutiérrez y el Contralmirante Nelson basadas en mi libro: “ENTRE PIRATAS”

El Contralmirante conocía que el Puerto de Santa Cruz de La Laguna no contaba con municipio propio, con modestísimas viviendas de pescadores y mareantes, entre las que apenas destacaban, por ser tan humilde como ellas, la parroquia Nuestra Señora de la Concepción y la ermita de la Consolación. Era un pago marinero de San Cristóbal de La Laguna, donde El de Lugo, el conquistador de la isla, teniendo a poco a los guanches, tras la conquista puso su real. Nelson también estaba enterado de que su relevancia actual derivaba de un hecho natural que quebró las aspiraciones del norte de la isla en su predominio comercial. Se quebró el futuro ventajoso de la Isla Baja cuando, en 1706, tres lenguas de lava destruyeran el Puerto de Garachico el más importante puerto de Canarias, después que el volcán lo tragara, engullera como si nunca antes hubiera siquiera existido.
La bahía de Santa Cruz de La Laguna constituía un refugio aparentemente seguro para los galeones, muchos de ellos cargados de tesoros expoliados allende los mares y que hacían un alto en su ruta a Cádiz o Sevilla. La villa estaba ubicada cara al mar abierto y contaba con un desembarcadero y una rada espaciosa. Los barcos que no fondean en ella permanecen a merced de viento y aquellos galeones que se aproximaran con intenciones perversas, arriesgaba en exceso. Al ser descubiertos quedarían a merced del fuego de sus cañones repartían a lo largo de, al menos, tres kilómetros de costas. Estos y otros detalles los conocía perfectamente el contralmirante. Mucho tiempo dedicó al empeño estudiando su situación geográfica. Los servicios secretos de la armada inglesa no ocultaba sus apetencias por el archipiélago; le hicieron cómplice de datos de los que nunca antes dispuso un marino inglés.
Las apetencias de contar con un asidero próximo al continente negro, con una colonia desde donde controlar el tráfico marino con América era codiciado por la inteligencia real Inglesa y fue estudiado, con el mayor sigilo por sus servicios secretos. Por ello contaban con un cúmulo de datos que sólo unos meses antes pudo contrarrestar los enredos de los franceses con Jean-Batista Drouet, a la cabeza, en las colonias inglesas para que obtuvieran su independencia en detrimento de su imperio. Los confidentes que pululaban en la isla, unos por su origen inglés poco escorados a la integración y otros por conciernas crematísticas y comerciales, le informaban de el más nimio de los detalles del Puerto de Santa Cruz de La Laguna.
Contaba con unas 10.000 almas y, desde luego, sería espoleta perfecta para ser utilizado como trampolín para confiscarle a España el resto de la isla, hacerse con el archipiélago y pagar con la misma moneda a los españoles por sus enredos en las colonias anglófilas. Los mercadeos británicos en África y en América dotaban a las islas, las cargaban de importancia estratégica. A ello se adherían los vínculos comerciales que ya de viejo les unían al archipiélago canario. Por otro lado, en el especto comercial una clase social pro anglófila enriquecida con el negocio con los británicos mucho más rentable que con la propia España ocupada en otras cosas.
Tardó en llegar a Tenerife la noticia y lo hizo el día primero de noviembre de 1796, la tuvo en sus manos el General Gutiérrez el 5 de de Octubre: S.M. Católica Carlos IV había declarado la guerra al Rey de Inglaterra, a sus Reinos y Súbditos y al militar le produjo ardor de estómago y una risa nerviosa que no podía parar su indignación y contrariedad. No soportaba ver como desde la metrópolis se le pedía máxima precaución, se le encarecía extrema vigilancia y, sin embargo, no llegaban refuerzos y no se atendían a sus requerimientos.
Gritó en su aposento, golpeó la mesa y comentó:
-Se olvidan de su colonia, me han desterrado a una ratonera.
Sin embargo, cuando Antonio Miguel Gutiérrez González-Varona arribó a Canarias con el grado de Comandante General de la colonia venteaba ya rancio para queso fresco. Le prendieron los años a empellones y al ver el panorama del lugar donde le confinaron, en el África que detestaba, de la que abominaba por sus deplorables recuerdos en Argel; de aquella maldita batalla donde estuvo a punto de criar malvas, solo le faltó prender a llorar al llegar a Tenerife. Sacó el pañuelo y tosió asmático como si quisiera escupir a pedacitos su pulmón. Miró en su entorno, suspiro largo aunque con el poco oxigeno que le ventilará sus viseras y le salvó la presencia de su Ayuda, al que ya, las comidillas provincianas avisadas por los cotillas de turno, le apodan, con coña, “El Sobrino”.
Durante el viaje un asma flemosa avejentaba sus sesenta y dos eneros incubados entre pecho y espalda. Fue recibido por los Señores de la isla con una fanfarria pueblerina que le postraban en un cabreo sordo; al llegar al desembarcadero, apenas emprendió una triste sonrisa. Después de tantos sinsabores le jubilaban alejado de su Aranda del Duero. No fueron comprensivos su añoranza de gastar su vejes con sus paisanos. Sin embargo, como buen militar la disciplina manda y órdenes son leyes. Pensó en su carrera en el ejército y le dolió aquel exilio, pero se conformó mirando a los que el acompañaban y que compartían destino con él. Soñaba algo mejor para sus últimos años, para alguien que desde el año 1770 era mariscal de campo.
El mar, los conflictos bélicos, junto a la sal arrugando su piel le aportó un tremendo temperamento, seco y duro. Pero cariños y tierno para con los próximos. Contaba con una mirada enérgica que contrastaba con lo decrépito de su porte, había nacido por los deseos del divino para una prolongada entrega al ejército. No perdió los años mozos precisamente en correr detrás de las mujeres y brindó su fastidiada existencia a las guerras de España.
Era un hijo de la época colonial donde el robo se apellidaba ampliar el imperio para esplendor de Dios. Pero, como siempre ha sucedido “quien no guarda la finca le ponen medianero” e Inglaterra lo pretendía. Como cantaban en las tabernas de la isla:
-Para una puta otra.
Por ello, cuando Gutiérrez llegó a Canarias a finales de enero de 1791, se dispuso a no perder el tiempo pues era conocedor por los correveidiles de las disputas coloniales. Emprendió, nada más poner su cansada bota en Tenerife, un estudio concienzudo de las defensas del archipiélago. No comprendió la ligereza del Rey más interesado en cobrar impuestos que en proteger a sus súbditos. Monarca que le importaba un bledo lo que sucediera en su colonia al norte del África. Pero el Comandante General no se achicó con los contratiempos, pidió ayuda a la metrópolis y, cuando cerraron sus oídos a sus suplicas, entendió que tenía que buscarse la vida por si mismo y ordenó, de inmediato, actualizar el plan general de defensa, que tuteló personalmente corrigiendo y ordenando lo militarmente correcto, su experiencia le sirvió de algo. Para su cumplimiento dictó numerosas providencias y recomendaciones, efectuó diversos nombramientos y, conociendo que la sorpresa era la mejor arma del Inglés, organizó una serie de puestos de observación en las atalayas para que los vigías o atalayeros avisasen con banderas y señales de fuego de cuanto se viera en el horizonte, también preparó mensajeros a pie y a caballo para recibir con prontitud los partes emitidos por sus subordinados y estar puntualmente informado.
Por el otro lado Nelson acostumbrado al ataque por sorpresa el regusto de una victoria aguerrida le regalaba vanidad, pero a un tiempo le exigía premeditación y astucia. Entre sábanas cavilaba los pormenores de la añorada conquista de las islas, soñaba con el halago que sus oídos recibiría una vez llegado a Inglaterra con unas islas conquistadas para el imperio en África.
El Contralmirante con las instrucciones dadas por escrito por el Almirante Jervis, el 12 de abril, somete a sus oficiales el plan trazado, los cita a todos en el alcázar de su buque. Les comenta que la encomienda, no sin cierta dificultar, es factible. Les hace llegar que el puerto de Santa Cruz dispone de buen anclaje siendo factible alcanzarlo por sorpresa amparándose en la noche. Lo estimula con el recuerdo Blake. La idea proyectada en principio consistía en desembarcar en un punto de la costa santacrucera y cortar las conducciones de agua hechas de madera que suministraban a la villa de Santa Cruz; el plan haría caer en sus manos la presa con cierta facilidad. Aquel pago de La Laguna, según les comenta, sólo cuenta con casas de una planta y a lo sumo de dos, pero carece incluso de sistema de alcantarillas. Lo más importante en este plan inicial es que dependía del agua que llegaba por aquellos conductos de madera. Si se materializa la primera fase de su plan lograría someter del enclave en un santiamén. La rendición sería inevitable en pocas jornadas, el botín colmaría sus alforjas sin excesivos costes. Sabía que Tenerife carecía de fortificaciones significativas. El contralmirante disponía de información puntual y comentó entre sus oficiales que no es de temer en exceso los Castillo de San Cristóbal y de Paso Alto; sin embargo, no le dio mayor importancia a los Castillo de San Juan, al Fuerte de San Miguel y las Baterías de la Concepción, del Flanco de San Telmo, de San Francisco, de San Juan, de Las Cruces y de Barranco Hondo, así como la Torre de San Andrés fuera de la línea de Santa Cruz, de así como tampoco otras fortificaciones secundarias que se desparramaban a los largo de la costa. En cuanto al Castillo de San Cristóbal donde basculaba su estrategia conocía el informe que el ingeniero Lartiué emitió en 1792 y que en esencia venía a decir: “Se considera como punto céntrico de toda la Línea y población de Santa Cruz de Tenerife; está dado por inútil e insuficiente por infinidad de defectos de construcción, de defensas y deterioros”
Ha llegado la hora, las órdenes directas las recibe de Jervis el 14 de julio, su jefe ha hecho suyas las recomendaciones de Nelson.
La estrategia era meridiana: desembarcar con sigilo, aprovechando la noche para no ser descubiertos, en la playa de Valle Seco y avanzar en la oscuridad, introducirse tierra adentro ocupar el Risco de Altura, situarse a la retaguardia del castillo de Paso Alto. Si se lograba esta primera fase del plan, después todo sería un divertimento. Atacarían el castillo, por su retaguardia, hasta rendir a su guarnición. Nelson del miedo que despertaba él y su flota, sabía de su fama y confiaba rendir al Castillo de San Cristóbal; incluso conocía personalmente al General Gutiérrez. Pero al contralmirante no le gustaba dejar detalle al hacer y previó incluso que sus planes no saliesen como se habían propuesto: que la toma de Paso Alto no derivase en la conquista del otro castillo. Planeó, alternativamente, dirigir a sus hombres en tierra al muelle y atacar el Castillo de San Cristóbal que el lejano de 25 de julio de 1575 mandó a construir por Felipe II en la Real. Hasta desarticular la defensa artillera; después, desembarcar cómodamente el resto de las fuerzas que sin mayores inconvenientes se harán con el control total de la plaza.
Nelson por los datos que contaba creía que las fortificaciones que se repartían a lo largo del literal Santacrucero habían sido edificadas para evitar ataques provenientes del mar, pero soportarían las acometidas desde tierra. El intríngulis del atrevido plan de conquista giraba en torno a la premisa de rendir la plaza por sorpresa y, después, encadenada a su victoria, vendría el resto, como un azucarillo caerían a sus pies, toda la isla quedaría a su merced.
Jervís le entregó las órdenes escritas referentes a la misión propuesta. Le confiaba el mando de una escuadra formada por ocho navíos de guerra y, a ellos se añadió una bombarda española que acababan de capturar al aproximarse a la plaza. La oficialidad que asumía el mando pertenecía a una élite de colaboradores y amigos personales de Nelson, aunque no pudo reclutar los marinos que pretendía, creía poder conseguirlo con los que le acompañaban.
Las instrucciones escritas eran claras: Tomar la ciudad de Santa Cruz por medio de un asalto rápido y vigoroso. En caso de éxito, obligar a los habitantes y a los del distrito adyacente al pago de una fuerte contribución. Si no le entregaban el cargamento del Príncipe de Asturias y los otros tesoros perteneciente al rey de España, tomar, echar a pique, incendiar y destruir toda clase de embarcaciones, incluidas las de la pesca de Berbería. Como condición impondría a los habitantes de las islas el pago de una golosa contribución en concepto de rescate.

domingo, 13 de junio de 2010

 

HUELGA GENERAL: ¡¡YA!!



HUELGA GENERAL: ¡¡YA!!

El peor de los PSOES se quita el disfraz de rollito bonito y progre. Por la cagada se conoce al pájaro y, con su cagada, me viene a la memoria:“Los hijos de cura” del GAL y sus cuates, como diría mi amigo Juanito. Me producen arcadas oír a un enmohecido Felipe González arropar a Zapatero, jugando el papel del malo en un sangriento interrogatorio policial; predicar ante los parias de la tierra con palabras de patriótico sacrificio, solidaria reducción de salarios, responsable congelación de pensiones y trilera desaparición de mejoras sociales. Me repatea el hígado observar como han logrado engañan a tanta gente humilde y de buena fe estos cantamañanas neoliberales vendedores de quincalla.
Me veo compelido a denunciar tanta hipocresía. Avisar de cómo traicionan a ciudadanos de bien con un discurso chachi, donde cínicamente recalcan la palabra “igualdad”. Estoy obligado a descubrir cómo, poniendo pose de angelito de cuca chica de los cuadros de Velazquez, ocultan que a los únicos que consideran iguales son a los privilegiados capitalistas de siempre, que con su bendición, se reparten lo que roban a la clase obrera. La única igualdad que predican para los trabajadores vibra con estertores patéticos: igualdad a la hora del puteo, del recorte de derechos ganados con sangre, sudor y lágrimas. Que se jodan, pues lo de “obrero” del PSOE ya no se estila por no estar de moda; que los obreros apestan a sudor y son vastos de vómito. Los trabajadores, los pensionistas, los funcionarios por los santos cojones de Pablo Iglesias deben apretarse el cinturón, que lo hacen por el bien de todos, que la gordura no está bien vista por esta jauría de insaciables lobos del neoliberalismo.
La derechización del PSOE permite a los impresentables del PP calificarse de defensores de los trabajadores, de los “obreros”, de los funcionarios y de los pensionistas, cuando, en realidad están hechos con la pasta, gelatinosa y hedionda; con las mierdas, la pestilente basuras del neoliberalimos cabrón. Gritan en sus púlpitos, utilizando sus ingentes medios de comunicación profascistas: “Hay que repartir”, claro está, la miseria entre todos, para que unos pocos amasen inmensas fortunas. Es cómico y enternecedor a un tiempo, que quiénes crearon el problema y sus hijos de cura vuelvan a la carga imponiendo más de lo mismo y ahora incluso recortando derechos de su llamado “Estado del Bienestar”; del suyo desde luego que no. Pretenden continuar con su vivir de putamadre sobre las costillas de los trabajadores, pensionistas, funcionarios. Y los pesoistas, en lugar de cambiar el chip, de girar el rumbo de su política derechona, persisten en condenar a los más desfavorecidos; como antaño, hoy no menos que ayer y peor que mañana realizan el trabajo sucio a la derechona, como en su día hiciera el nefasto Felipe González.
Me entró pánico cuando contemplé al otrora presidente del gobierno, que sabe amasar millones para él, asomar su patita de zorra en gallinero ajeno; se me pusieron los pelos de punta, cuando lo vi reluciente con la misma sonrisa de hiena del peor Aznar. Apareció con su labia engañabobos junto a Zapatero; tremendo adalid, guárdame una cría. Compungido nos predicó una sarta de mentiras; sólo eché en falta las lágrimas de cocodrilo. Con estos tiburones la llevamos pero que muy bien jodida, mis cuates. A los patrones si tienen al PSOE para que carajo necesitan al PP.
Empecé a temblar cuando abrió sus fauces Felipe González: me llegó el recuerdo “del todo vale”, incluso “El Crimen de Estado”; con el recuerdo de la “X” del Gal, pensé en Barrionuevo, Amedo y Domínguez, Damboronea. Acabó de cagarla con
sus sentidas palabras Rodríguez Ibarra, que sabe mucho de guerras hediondas, cuando “insto a que no se convoque huelga por patriotismo”, con la misma cara patriótica de cuando defendía a los asesinos del Gal; me dieron arcadas oír a Botín “Exigir una reforma laboral con visión de futuro”. Serán cabrones, caraduras, pero quizás lo que me dio ganas de llorar fue oír en la colonia, con los peores índices de pobreza y miseria del estado, a Juan Carlos Alemán decir que eran precisas las reformas y que no tendrían consecuencias electorales pues en un par de meses los perjudicados se olvidarían. Este peje conoce de olvidos.
¡Hay que joderse¡ Estos hijos de cura no sólo putean a los pensionistas, trabajadores y funcionarios, sino que incluso los consideran bobos de mocovela.


domingo, 30 de mayo de 2010

 

DÍA DE CANALLAS 2010





En el cantar del Mío Cid se alzó la leyenda de Rodrigo Díaz de Vivar que apoyara a Sancho II en contra de Alfonso VI de León; su mito se sustenta en su lucha con los reyes moros. En este humilde relato quiero homenajear al que fuera Mencey de Anaga que prefirió suicidarse antes de someterse al invasor español y entró en la leyenda del pueblo canaria como “El Mencey Loco”.

LEYENDAS CANARIAS: BENEHARO EL MENCEY DE ANAGA:
EL MENCEY LOCO



El de Lugo, con dedos pegajosos de oscuras unas negras, hurgó en el bolsillo de su jubón, extrajo un pergamino nacarado, lo desenredó con ansiedad y volvió a releerlo mientras se le encendían de codicia sus ojos fatuos:

“Nos, Don Fernando y Doña Isabel, por la Gracia de Dios Rey y Reina de Castilla y León, Toledo, Sicilia, Portugal, Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén, Algeciras, Gibraltar, Príncipes de Aragón, Vizcaya y Molina:
Ordenamos a
Vos Alonso Fernández de Lugo, conquistar las Islas de la Palma y Tenerife que se encuentran en manos de paganos canarios, y someterlas a Nos en nombre de Dios para honra nuestra.
Por eso es nuestro deseo y voluntar apoyar a Vos, por lo que de las arcas reales os concedemos setecientos mil maravedíes. Igualmente nombramos a Vos
Nuestro Capitán General
Y os damos en propiedad todo el ganado, tierra y agua, que conforme a su buen parecer pudiese repartir, así como todos los tribunos que con ello consiga”.

Por fin seria suya, la mayor y más poblada de las islas canarias, la triangular de profundos barrancos, pedregosos senderos, espesos bosques, escarpados murallones rocosos y donde destaca el Echeyde desde el que soplan vapores venenosos por su ancha boca; algunos monjes había regresado de Güímar y proporcionado valiosa información al de Lugo para conquistar la última isla del archipiélago; contaba con aliados descontentos con el predominio de Taoro y su Mencey Bencomo sobre el resto de Tehinerfe, “divide y vencerás”. Brincaban su ojitos diminutos con solo rememorar como les engañó con promesas que, desde luego, no pensaba cumplir; con el infiel es legítimo mentir en beneficio de la sagrada cruz para someter a los adoradores del dios bárbaro Achamán. Había tratado secretamente con Añaterve, Mencey de Güímar, y creía poner a su lado a los Menceyes Ajoña de Abona, Perinor Adeje y Rosmén de Daute; el Mencey Pelicar no contaba en el proyecto del español en la conquista de Tenerife, ya era viejo y temía a los llegado de allende los mares. Una sonrisa torcida iluminaba su rostro con sólo pensar en el regocijo de sus Reyes Católicos tras el aumento de sus tierras bañadas por la sangre de su espada y las avemarías de su cruz roja bajo fondo gualda. Llegaba a la isla acompañado de un converso, el que en su libertad llamaban Tenesor Semidan y, después de abrazar el cristianismo, recibió en el bautismo el nombre de Fernando Guanarteme.
Pensó el de Lugo, antes de atacar, que Duriman Bencomo, el gran Mencey de Taoro, tendría a su lado, a Beneharo Mencey de Anaga, a Pelicar de Icod, a Zebenzui de Tegueste, Acaymo el de Tacoronte y, sin duda, a su tío el valeroso guerrero Tinguaro el de Aguere. Al invasor español acompañará durante la conquista Gonzalo de Castillo que conocía a través de los monjes de Güímar la lengua de los paganos, así podría engañarlos en su propia lengua.

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“¡Guañoht Achamán¡”
Así gritaba Beneharo de Anaga, el Mencey que no pudo soportar la humillación de la derrota, la amenaza del cautiverio. De gruta en gruta, de colina en colina, huyendo de la melancolía y del dolor que le asediaba, lanzaba lastimosos ayes, con la mirada turbia y ausente, Beneharo invocaba la protección de Achamán. Sólo el cielo podía darle amparo. Su locura es irremediable. Apenas pueden ya los guanches oponer resistencia a los españoles que poco a poco han ido dominando la isla. Beneharo supo que el fin estaba próximo y aquella certeza acabó con nublar su entendimiento. Errante por el desfiladero clamaba a las alturas.

De nada había servido la victoria en Acentejo y aún retumba en los oídos de Beneharo, el Mencey de Anaga, los silbidos y el estrépito de la granizada de piedras y troncos de árbol que hicieran besar el polvo a muchos castellanos; de nada, las rocas teñidas de rojo del desfiladero tras la batalla de Acentejo; de nada, tantos muertos que quedaron despanzurrados en el barranco entre macerados charcos de sangre; de nada valió que más de seiscientos españoles y trescientos canarios conversos mordieran el polvo de la derrota cuando la primera victoria; de nada, el contemplar, tras aquel combate, de apenas tres horas, los cadáveres de los invasores: yacían inertes, desparramos, en su mayoría desfigurados, con los cráneos machados por las certeras pedradas y asaeteados por las lanzas de los intrépidos guanches. Ya no le podrían hacer daño los muertos, pero de poco sirvió tanta sangre; de nada, ver en los setos de zarzamoras los cadáveres de caballos con sus tripas al aire, sus vientres abiertos por afilados cuchillos de obsidiana; de poco, el botín de guerra esparcido en el barrando: alabardas chorreando sangre, lanzas de fresno con puntas brillantes de acero, flexibles espadas toledanas, corazas, celadas, escudos azules con una inmensa cruz blanca abandonados tras la pelea; de nada valieron a los guanches los arcabuces, mosquetes, cañones de ancha boca y falconetes que no sabían utilizar; de nada sirvió al canario abatir a cientos de enemigo, dejarlos batidos implorando la piedad que el invadido nunca negó; de nada valía, ahora que le venía a la mente, el recuerdo de la rendición de Martín Ceballos y sus hombres suplicando clemencia tras la derrota de Acentejo; de nada que le entregaran al Mencey Bencomo, en señal de paz, una flexible espada toledana; de nada que su valiente guerrero Payneto de Anaga, con sus propias manos, hubiera matado a nueve castellanos en aquella épica batalla; de nada servía ya que le tumbaran abajo media dentadura al de Lugo y le llamaran después con sorna “quijada rota”.

“¡Guañoht Achamán¡”
Pero nadie le respondía. Sólo el eco de su gritos rebotando de roca en roca y de barranco en barranco, sólo el sonido de su voz desahiéndonse en el aire.


Beneharo, hombre temeroso de su dios y de sus antepasados, se opuso, con toda su alma, a la derrota de su adorado Acorán por un nuevo y sanguinario Dios. Luchó con denuedo para que Acorán no fuera sustituido por otro traído por el invasor; aquel que bajo una cruz protege a los extranjeros que matan y expolian sus tierras y ganados. El Mencey, con sus guerreros de Anaga se había enfrentado a los que una traicionera noche llegaron a la isla envueltos en grandes y fatídicas sombras; espíritus malignos sobre gigantes pájaros negros y silenciosos que, al tocar la playa, clavaron sus zarpas en un amanecer que barruntaba pesares para los pobladores de la isla. Beneharo mientras huye sabe que cuando el español desembarcó el Guayote en el Echeyde sonrió con maldad.
Ni siquiera ahora que corre derrotado se arrepiente el Mencey de Anaga de su proceder en defensa de su tierra. Debió matar a Guanarteme “el converso” cuando llegó a sus dominios con un mensaje del invasor. Se limitó a preguntar ante las amenazas del de Tamarant: “…que los castellanos poseían armas misteriosas que vomitaban fuego y mataban a gran distancia”, ¿Pero podrían los castellanos con aquellas armas volar las montañas que el propio Acoran había colocado en la isla? A la amenaza de que el español había sometido grandes animales de cuatro patas, que les llevaban sobre sus espaldas a la velocidad del viento; preguntó al converso ¿Cómo conseguiría con aquellos monstruos atravesar los impenetrables bosques de la isla, cómo podrían cruzar las paredes de los barrancos cortados a pico, cómo recorrer los estrechos senderos de cabras, que discurrían a lo largo de incontables precipicios? Uno de sus hombres, para demostrar que no temía al desconocido caballo, lo levantó a pecho con sus propias manos ante el asombro de los recién llegado.
Beneharo, zambullido en la demencia, mientras huye desesperado, recuerda a hija Guacimara “Flor de Anaga”, a sus hombres, pacíficos pastores y pescadores, oye los balidos angustiados de sus rebaños cuando no robados dispersos vagando por los riscos. Comprende que su altivo orgullo se enfanga en la derrota; que su ímpetu y valentía de nada han valido para expulsar al invasor. Se contempla cansado, con sus pies descarnados, sucio y a punto de caer en las garras del español. Vaga como un poseso por las peñas, preso de la locura.
Ahora al Mencey Beneharo de nada le servía que Ruyman, hijo del Mencey Bencomo y prometido de su hija Guacimara, peleara como un valiente defendiendo su patria. Fue herido, su pecho roto por una jabalina allí donde Fayneto perdió la vida al atacar, sin su consentimiento, el campamento de los castellanos en Santa Cruz. Sabe que ya nunca más se honrará al intrépido Ruyman con el saludo real: “¡Zahamat Guayohec!”. Presiente que Guacimara marchará de su cueva con el derrotado hijo del Mencey de Taoro a un lugar apartado donde lamer las heridas; el joven partió con apenas un puño de gofio en su bolsa su zurrón de piel de cabra. Como dijo a sus próximos: “…me marchó a donde sólo haya sol, mar y soledad; ningún hombre, ninguna lucha, ningún amigo, ningún enemigo, ninguna mala mirada y tampoco buena”. Presiente que jamás volverá a ver a su querida hija y, presiente, que cuando la busquen sólo hallaran sobre su yacija una cadena de conchas como pequeñas estrellas: el collar que llevó la esposa del gran Tehinerfe, su antepasado, el Mencey de menceyes; aquella prenda sólo debía ceñir el cuello de una Reina de Taoro. Lo que su Guacimara no pudo ser tras la dolorosa derrota bajo la espada del español llegado a la isla con promesas falsas.
Tuvieron razón las magades, las sacerdotisas, que al levantar el velo del futuro, no pudieron contener las lágrimas y vaticinaron que Guacimara debía morir con Ruymán, conforme al designio de Acorán.
Comprende Beneharo, preso de la pena, mientras corre de risco en risco, que se equivocaron. No supieron leer los presagios que sobrevolaron el Tagoror, cuando esperaban a los príncipes de las tribus isleñas para organizar la defensa: Anaterve no apareció a la reunión y tampoco se supo olfatear el cargado ambiente reinante. En un extremo alejado permanecía sentado Pelicar que, acariciando su larga y blanca barba, reflexivo miraba a lo lejos; tampoco se supo entender a tiempo que los meceyes de Adeje Pelinor, Romén de Daute, y Ajoña de Abona, hablaban entre sí, distantes, en voz baja, como la conquista de la isla no fuera con ellos; solo miró el quehebí Bencomo la disciplina expectante, con que Zebenzuí Mencey de Tegeste, Acaymo Mencey de Tacoronte y el mismo, Mencey de Anaga, junto al erguido y vigoroso Tinguaro aguardando órdenes. No se supo leer como en Tamarant Tenesor Semidán, había abrazado el cristianismo, se había sometido a la Corona de España y llegó, en sus naves, junto al invasor.
No se arrepiente el Mencey de Anaga de su proceder; juró, por Echeyde y por los huesos de sus antepasados, morir por el amor de su pueblo en el corazón y mantuvo su promesa de no traicionar a los suyos y luchar hasta morir contra todo aquel que quisiera subyugarlo.
De nada había valido que el valiente Tinguaro perdiera la vida, después de que el viejo jefe luchase como un bravo guerrero contra el castellano; de poco que se defendiera su tierra sin temer a la muerte; de nada que combatiera, a un tiempo, contra siete jinetes con una alabarda, que había arrebatado en la batalla de Acentejo. Quebró algo de si mismo en su interior cuando, de un golpe de lanza, alcanzaron a Tinguaro en el hombro izquierdo. Fue en la desdichada batalla de La Laguna Aguere; cayó de su mano el escudo de corteza de drago; de nada le valió que derribara del caballo a dos enemigos; todo para quien admiraba terminó cuando Pedro Martín Buendía, a galope, avanzó hacia Tinguaro y clavó una jabalina en su muslo; de nada sirvió luchar sin cuartel contra el invasor castellano. Terminó su existencia, cuando una jabalina atravesó su fornido y canoso pecho; allí en el suelo quedó inerte uno de los más grandes jefes guanches. Sentía como la desesperación se apoderaba de sus entendederas cuando recordaba que el cadáver de Tinguaro, aún chorreando sangre, fue llevado por cuatro arcabuceros a presencia del de Lugo. Disfrutó el español contemplando la fatídica muerte del egregio guerrero guanche; Beneharo sintió que sus esencias volaban cuando el castellano, sin piedad y como escarmiento, ordenó cortar la cabeza del caído, clavarla en una lanza y conducirla como trofeo de caza a la vega. Aún le retumbaban en la cabeza el Tedeum, entonado por el canónico Sacarinas, mientras a lo largo de la vara de la lanza hundida en el punto más alto de la colina, goteaba la sangre de su compatriota.

Entre delirios pudo distinguir Beneharo la gritería de un piquete de españoles que le perseguían para hacerlo prisionero. Se enfrentó con ellos el Mencey de Anaga, causándoles gran daño, pero sus perseguidores eran muchos y, malherido, hubo de seguir escalando para defenderse e intentar recobrarse.

Ahora que cree llegar su final, rememora, entre lamentos, como la victoria de Acentejo hizo olvidar el fatídico oráculo de las sagradas sacerdotisas del Tamo Gantem Acoran, la Casa del Dios Todopoderoso.

El de Lugo salió, el 8 de junio de 1494, huyendo de la isla, con el rabo entre patas, pero cumplió con creces el grito desafiante que lanzó al cielo antes de partir:
“¡Volveré!”
Volvió con más sangre, más penurias para su pueblo. Ahora el valiente Beneharo al grito de ¡Guañoht! ¡Achaman! prefiere morir como antes lo hiciera en Tamaránt el valiente Benthejui lanzándose al vacío antes que rendirse o dejarse apresar por las ensangrentadas manos de los castellanos.

¡Guañont! ¡Achamán¡
Así gritaba Beneharo el de Anaga, ahora apenas un reflejo de lo que fue. Se quebró la cordura que quedaba en sus ojos. Ya con Sendeto su padre, había combatido a los españoles. Grande fue su ira cuando cinco anagenses quedaron ahorcados en el torreón de Añaza pese a los acuerdos de paz que se habían establecido con los jefes cristianos. Sendeto y Beneharo demolieron entonces la fortaleza y arrojaron a los invasores de la isla. Y luego, cuando ocupó el trono de Anaga, continuó resistiendo a la conquista. Había participado en la liga de Taoro propuesta por Bencomo y, así, tomó parte en la victoria de Acentejo y siguió después hostigando constantemente al enemigo. Más en Aguere, tras la derrota, comenzó a hacerse imparable su extravio. Sin que nada pudiera evitarlo, la isla acabaría siendo sometida. Beneharo lo sabía.
Eso acrecentaba su locura.

Beneharo, el Mencey de Anaga, se aproxima al risco y pierde la vista en las crestas azuladas. Sus ojos enrojecidos, sitiados por la locura de la desesperación, por última vez vivo contemplará sus dominios. Antes fueron de sus padres y tiempo atrás de sus antepasados; aquellos que le esperan en la otra orilla. No llora, no dará a los castellanos el gusto de verle gimotear, a quienes como perros hambrientos corren tras él sorteando las pedregosas veredas del macizo. Etéreo se lanzará al grito de ¡Guañont! ¡Achamán¡ Volará liviano, frágil, acariciado, balanceado por la tenue brisa de su Anaga del alma en el descenso. Era tan sencillo dejarse caer, librarse aéreo de los españoles que se aprestan a detenerlo, humillarlo, burlarse en su cara de la derrota de su orgulloso pueblo.
Nunca, por ¡Acorán! No le prenderán jamás vivo, de ningún modo hallaran sus despojos, no llevaran cautivo su cuerpo para escarnio y escarmiento de los suyos. Ni siquiera muerto le disfrutarán. Recuerda con rabia como decapitaron a su respetado Tinguaro y lanza al cielo atronadores gritos contra el castellano que no honra a los muertos en combate; el español no es un pueblo con el que quiera compartir sus últimos días. Prefiere la muerte, desea desaparecer lejos de las garras del invasor, desbaratarse como la brisa de los alisios se confunde entre los pinos. Disgregarse de la espada que llegó tras una cruz, de los voceros de paz y concordia que sólo regalaron calamidades y la infesta modorra que hizo estragos entre sus compatriotas, de los castellanos que anegaron de sangre, castigos, infortunios y desventuras a los guanches que sometieron.

¡Guañoht! ¡Achamán¡
Entre los cerros de Anambre, de Chinobre, de Taganana, resonaba la súplica, los gritos alucinados y patéticos. A punto de darle alcance, los españoles le invitaron a rendirse. Beneharo desde lo alto de la cima, contempló sus dominios de Anaga. Miró la tierra como si quisiera aprenderla con la mirada o como si se despidiese. Estaba decidido a no caer en manos de sus enemigos. Le horrorizaba la vida de esclavo


Al grito de ¡Guañoht! ¡Achamán! abrazará con sus manos abiertas el vacío contemplando el mar que, con espumarajos, baña aquellas abruptas costas de acantilados cortados a pico; descenderá aplacando sus congojas el recordar los buenos tiempos de paz y ventura, a su hija Guacimara “Flor de Anaga” que vio crecer libre, a sus valientes guerreros muertos por su patria, a sus ganados, a sus perros. Volar con las alas libres del canario, desprendiéndose de su consternación, hasta encontrarse, de nuevo, con la perdida libertad, con la ansia emancipación. Ansia ahora Beneharo saltar hacia el horizonte e integrarse de una vez por todas en el vacío que se abre a sus pies. Nunca pensó que cientos de metros abajo las retamas, los hierbajos y las piedras del barranco, con sus correntias cristalinas hasta besar el mar, le recibirían sin piedad y que el fatídico suelo le acogerá violento.
¡Guañoht¡ ¡Achamán¡ grita y vocifera desafiante a los españoles que le persigue en tropel convencidos que antes o después sucumbirá por el cansancio y las heridas; da lástima observar al Mencey de Anaga, sucio y enterregado, con su Tamarco desmadejado, empapado en sangre y con sus extremidades a punto de fallecer por el tremendo esfuerzo de la huida y los continuas enfrentamiento con sus perseguidores. El de Lugo ha puesto precio a su cabeza, aunque lo prefiere vivo, al menos, por ahora. Servirá para que los otros guanches alzados aprendan en cabeza ajena o para ser vendido en algún mercado de esclavos de Sevilla por cuarenta doblones en oro.
No le cogerán vivo. Por fin acabarían sus penas, desea la partida y, cree que en el recuerdo, su alma recobrará la serenidad y tranquilidad perdida tras la derrota ante los españoles. Se encomienda a Acorán con devoción. Jamás pensó Beneharo, el Mencey de Anaga, que sus huesos se romperían al caer pesadamente de tanta altura, en que sus vísceras reventarían con un ruido seco y sus líquidos correrían barranquillo abajo confundiéndose con el agua de los barranquillos, empaparía sus limos y quizás sirvieran de alimento a los sapos que regentaban sus recovecos. Jamás creyó el otrora altivo Mencey que los guirres de la zona, que planean livianos entre brisas, por fin conocerían el sabor de su carne y que los cuervos conducirían parte de sus entrañas a sus crías en el escarpado risco. Que los polluelos, en sus nidos, recibían a sus progenitores con alboroto placentero al olfatear la llegada de alimento.

Volvió a mirar con los ojos presos de la locura; allá en el horizonte las montañas azules se confundían con el plomizo cielo, un poco más acá, recortando los lilas, un añil que resurgía tras el polvo atmosférico traído desde el Sahara. En lo alto del risco, casi tocándole, mirándole con lástima su perro, que siempre le acompañaba al combate, luchando sin miedo a su lado, no se separa de su lado. Presiente el animal el final que se avecina en aquel que tiene la sesera perdida. Cuando Beneharo lo mira, es ahora su última compañía, menea su rabo y respira fuerte, sacando su lengua reconfortándole con el cariño que le profesa incluso en su patético estado. Pero Beneharo, el Mencey de Anaga, vuelve a sus negros recuerdos.
Luego, recomponiendo su melena alborotada por el viento que pelaba aquella meseta que se alzaba hasta caer perpendicular a una barranquera profunda, miró, de nuevo a su querido perro, se deshizo de las hojas que se pegaban a su tamarco y se aprestó a poner fin a su existencia.

Un canario saltarín se posó en una retama que se agarraba al precipicio y pió con fuerza, parecía cantar a las excelencias de la vida en libertad. Beneharo le mira con adoración y piensa que el también volará hacia sus antepasados. Una sonrisa alocada cubre ahora su rostro, le llega la paz, ya no le escuecen sus heridas y sus músculos rejuvenecen con la caricia del viento que ahora parece cantar en su querida Anaga. La tranquilidad del final próximo, el sosiego de alcanzar la cima de aquel macizo le calma, la serenidad anega todo su cuerpo. El odiado español no dispondrá del placer de separar su cabeza del tronco para clavarla en una lanza y mostrarla entre Tedeum, ni llenará su bolsa vendiéndole como esclavo en la lejana España, ese pueblo que llegó como una maldición de allende el mar; esos seres que carece de honor, incumple su palabra y ha hecho del robo su forma de servir a su dios. El viento arreció en lo alto de la loma y sus cabellos desparramados cubrieron su enrojecido rostro, aromas a retamas y ajenjo le recordaron la primavera.

Volvió a mirar atrás se acercaban los castellanos, sus piernas colgaban al precipicio, una racha de viento beso su cuerpo y Beneharo tragó y expiro el soplo que traía olor a libertad, le reconfortó, miró de nuevo al infinito. Su tiempo en aquella erguida atalaya de Anaga acaba; observó, de nuevo, al profundo barranco, boca sin dientes que le esperaba, que aguardaba su final. El perro gimió con tristeza, auguraba la despida de su amigo que pegó en él sus ojos ahora libres de la locura.

Al contemplar el infinito observó como en un instante ante si se representaba su vida, ahora los momentos felices. Tras tocarse el pecho grito: ¡Acoran jamás llevaré bajo mi tamarco una pequeña cruz brillante como lo hiciera el traidor Guanarteme! Batió sus piernas que colgaban en el precipicio y se aproximó al horizonte donde sus antiguos le esperaban, creyó ver al Gran Tehinerfe, a Tinguaro y tantos otros guanches que le precedieron; luego voló, liviano planeó en brisas cálidas, se sumergió dentro de una luz deslumbradora que le atrajo y le arrebató todo el pesar que inundaba su dolorido cuerpo.
Enormes cuervos negros revolotean con graznidos siniestros y amenazantes sobrevuelas a los perseguidores del valeroso Mencey de Anaga; luego se lanzan en vuelo en picado contra los españoles, les conminan a dejar el lugar que eligió el Gran Mencey para poner fin a sus días. Corren ladera abajo como si el mismo diablo les hubiera robado el alma.

sábado, 1 de mayo de 2010

 

NO HAY NADA MÁS SUBNORMAL QUE UN OBRERO DE DERECHAS




1º DE MAYO DE 2010

NO HAY NADA MÁS SUBNORMAL QUE UN OBRERO DE DERECHAS

Qué desasosiego me embarga esta mañana clara y soleada del día de los trabajadores en la Ciudad de Aguere; que mal presentimiento hace que me lo cuestione todo. Me temo que el Psoe, por medio Zapatero, tenga ya pactado dejarle la cama preparada a la derechona de Rajoy y sus cuates; me temo lo “pior”: que la patrona nos dé y bien dado a los trabajadores; doblada la tienen pensada contra las sufridas nalgas de la clase obrera; siempre el más desgraciado paga el pato y a los banqueros se les ayuda con alevosía, nocturnidad y cara dura; la mismita cara que se la pisa del Jefe de banqueros del Banco de España. Empotrado en el sillón por el PSOE, que sin sonrojo culpa de todas las plagas que nos azotan a la puteada clase trabajadora; a las víctimas las hace pasar por verdugos; cuando sabe perfectamente que sus amigotes de buche repleto son los causantes de la crisis; sólo y exclusivamente su desmedido afán de lucro nos ha llevado a tasas de paro tan bestial. Aquí, en Canarias que se jodan, que para eso esto es una puta colonia que no huele precisamente a Lavanda con las instituciones putrefactas de una ralea política de golfos, trincones incrustados en todos los partidos –que “fisssno” me quedó.
Me gustaría equivocarme, pero cuando giro la vista atrás, veo cómo un flamante Felipe González ya nos la incrustó doblada. Apenas unos poquitos meses antes de pasar el poder a las nefastas manos del neocon Aznar y sus golfos que meten las manos en la talega del gofio. Y me temo que Zapatero más de lo mismo.
El seguir la misma política neoliberal que su antecesor ha agravado la crisis y ahora la paga de nuevo la clase obrera. Dicen que para generar empleo hay que permitir el despido más libre que nunca; de seguir esta senda, a los trabajadores, con sindicatos pactistas, no les quedará otro remedio que dar las gracias por putearlos; es como la leyenda urbana de aquel canarito, peón de la plataneras, mezquino y pelotilla que estaba todo el día intentando agradar el patrón. Era tan lameculillos que el jefe le conminó a que entrara al despacho y cuando estaba dentro, con el sombrero en la mano y el rostro regocijado por obedecer, le preguntó el patrón, sin cortarse un pelo:
-¿Sabes para qué te mando pasar al despacho?
-Pues para lo que tenga a bien ordenar patrón.
-Pues mire usted que va a tener razón aunque sólo sea una puñetera vez en su vida -y le ordenó:
-¡Bartolo, bájese los pantalones que le voy a dar por culo!
Y el pobre obrero, resoplando, se los bajó y se puso en posición, con ojos enrojecidos, mirando a las plataneras y cuando empezó la función, pudo musitar una dolorosa disculpa:
-¡Perdone don Ramón que le dé la espalda!.
Como diría Juanito no hay nada “más subnormal que un obrero de derechas”.
Me gustaría equivocarme; pero me temo lo peor, dejan pasar el 1º de Mayo, pero como hiciera antes Franco todo, me temo, que todita la reforma sobre las costillas de los trabajadores esta que bien y bien atada entre los
los sindicatos españoles CC.OO. y UGT.
Sepulcros blanqueados, hoy saldrán de manitas, pero mañana entre pecho y espalda endilgada la reforma laboral.
Ya Rajoy aprieta las clavijas para que cuando llegue a la Moncloa tenga el trabajito bien hecho por su predecesor; otra vuelta más de tuerca sobre los derechos de los trabajadores, peores pensiones, desregularizar el mercado laboral, dejar que los empresarios campen a sus anchas, olvidar los derechos ganados con sangre, sudor y lágrimas por los trabajadores. Seguirán fomentando el bipartidismo y el cabrón e injusto bisindicalismo con todo tipo de prebendas con sus consentidores y ni agua a los contrarios a este sistema corrupto.
De corazón, me gustaría equivocarme y repito con Juanito al que dedico este escrito “no hay cosa más subnormal que un jodido obrero de derechas”.

Viva la clase obrera, viva el 1º de Mayo.

viernes, 12 de marzo de 2010

 

PRESENTACION VIERNES 12, ATENEO LIBRO 2056: CANARIAS MARROQUÍ




2056: Canarias marroquí
de
Miguel Ángel Díaz Palarea

PRESENTACIÓN
Viernes, 12 marzo a las 20:30 h.
en el Ateneo de La Laguna

Colección Tid (Textos Idea), de Ediciones Idea
La obra «permite comprender anticipadamente acontecimientos preocupantes», según el autor.
Ediciones Idea lanza, en la colección Tid (Textos Idea), la nueva novela de Miguel Ángel Díaz Palarea, titulada 2056: Canarias marroquí. Esta obra se presenta el próximo viernes, 12 de marzo, a las 20:30 h., en el Ateneo de La Laguna.
En el acto intervendrán, junto al autor, el escritor Alberto Comas y el escritor, editor y periodista Ánghel Morales.
¿Qué pasará en el 2056? ¿Seguirá Canarias formando parte del Reino de España? ¿Se habrán dado las condiciones para una República Federal Canaria? ¿Entregará España su última colonia al Reino de Marruecos como hizo con el Sahara?
Miguel Ángel Díaz Palarea especula en su nueva novela en todas estas cuestiones, dando múltiples pistas de cuál puede ser el futuro de las Islas. ¿Podremos los canarios actuales impedir que los hechos que se narran en esta novela ocurran? ¿Son de fiar nuestros actuales políticos? ¿Cuál será el futuro de Canarias? Estas son otras de las preguntas a las que da respuesta este prolífico escritor, en una obra que, en palabras suyas, «permite comprender anticipadamente acontecimientos preocupantes».


Trayectoria del autor
Miguel Ángel Díaz Palarea nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1952. Licenciado en Derecho y Psicología por la Universidad de La Laguna, profesor de Derecho Usual en la Escuela de Artes Plásticas y Diseño de Santa Cruz de Tenerife, ejerce como abogado sindicalista especializado en derecho laboral y administrativo. Ha colaborado en diversas revistas y periódicos de Canarias y ha publicado las novelas Un ron doble (1993), Las cucas (2002), La patera verde (2003), El cazador justiciero (2005), Entre piratas: el contralmirante Nelson y el general Gutiérrez en las Islas Canarias (2006) y Beneharo, el Mencey loco y otros cuentos de la vieja magistratura de trabajo (2007).
También ha publicado el libro de relatos Como Guirres (1992) y ha participado en obras colectivas como Polvo de tristeza (1991), Acrobacias (2003), Lunáticos (2005), Hilvanes (2006), Togas y letras (2006) y Leyendas Canarias (2006). En Ediciones Idea ha reeditado las novelas Un ron doble y Las cucas, y también acaba de ver la luz su última creación: 2056: Canarias marroquí.
Para más información: Teléfono de Miguel Ángel Díaz Palarea: 678756841 - Teléfono de la responsable de prensa de Ediciones Idea, Elena Morales: 646818316 www.edicionesidea.com

martes, 2 de febrero de 2010

 

HISTORIAS DEL PUTIFERIO




El morboso recuerdo de “Casa la Húngara” me prendió entre las nebulosas y azuladas nubecillas del sexo pago. Era una noche Lagunera lluviosa y londinense; leía indignado la propuesta pesoísta sobre pensiones y me entró una glutinosa modorra; me sumergí en un sueño de fantasías y alucinaciones dentro de aquella egregia casa de putas santacrucera; sus tufos, emboques, visiones y deseos regresaron a mi mente; conquistaron mi atención no por el placer del sexo, el desahogo de limpiar la escopeta, sino precisamente por la congoja y desazón que amarga mi boca, atormenta mi mente tras el disparo. Tormento que te hace agachar el morro al abandonar hastiado y deslumbrado por la luminosidad verdosa de calles sucias aquella casa del putiferio chicharrero.
En mi sueño en aquel conocido tugurio del pecado sabrosón, entre sudadas pesadillas, participaba de una noche de desenfreno, licencia y libertinaje. Me había quedado tieso después de releer una nota del gobierno zurdo, que no de izquierdas, sobre la reforma laboral; reforma acometida sobre las nalgas de la clase trabajadora, a la que siempre estos pesoistas terminan por putear. Jamás a banqueros y empresarios ladrones a los que perdonan la vida, comparten sus mesas y condonan sangrantes deudas y gangochos inconfesables.
No me impidió quedar aletargado y adormecido por el cansancio la indignación por sus embustes y perogrulladas para endilgar de nuevo a la sudada clase trabajadora –como ellos la consideran- una reforma cabrona; después, caí seducido entre los faldones de Morfeo. Me dormí pensando que vuelven las milongas de las pensiones privadas para que los Bancos sigan robando a los más desfavorecidos; que regresan los bandidillos y embaucadores de los Felipitos González, Solchagases, Boyeres y resto de la tribu con sus reformas de 1995, llegan los filibusteros de los Gal, aquellos amigotes de Rubalcaba y Barrio Nuevo que hicieron eslogan de su proceder “que más da gato blanco, que gato negro, cuando lo importante es que cace ratones”. Veía clarito, reflejado en un cristalino manantial como se roba a los pobres trabajadores sus cartera, se desvalijaron sus ahorros para salvar a las grandes fortunas de los banqueros; a los embostados ni tocarlos que son sus compañeros de cama; no se les reforma siquiera sus ridículos impuestos y menos aún los subterfugios para que contribuyan lo menos posible a la caja común. Ahora nos amenazan con el lobo de que está en peligro. Mentira, mentira y continúan las mentiras.
Dormido sobre el sofá de raso azul participé en aquella noche de sexo pago y traje a la memoria viejos chismes de semen y desenfreno en “Casa la Húngara”. Deambulaba como un fantasma que traspasa paredes, portalones, puertas, cancelas, tocadores, retretes, inodoros, tazas, letrinas y me plantaba ante chumideles, y digo “chumideles” por aquello del lugar donde se enjuaga el chumino en enjabonadas palanganas. En un descuido me topé de sopetón con el palanganero mayor. Al primer vistazo lo imagine el jefe del lupanar pero, como les contaré después, sólo era un palanganero de cubeta lava verijas. Algo de lástima me entró al pensar que estaría hastiado de contemplar y tener entre sus enjabonadas manos tantas verijas, vergas, y culos para asear y perfumar. Me salvó de la pena el Ángel Guardián de los pobres y descamisados. Atrajo mis llorosos ojos hacia la realidad y me rescató de la sensiblera lástima que pretende despertar. Me abofeteó con un grito terrorífico: “no seas ingenuo que el palanganero mayor es sólo eso: un palanganero más; empleadillo de la Madanme del putiferio, de La Húngara”. Y en aquel estrambótico sueño comprendí que los pesoistas con la reforma laboral representaban el papel del esmirriado y mariposón palanganero en el putiferio donde ni siquiera manda, aunque le dejan pasar por el protagonista del negocio. Son ni menos ni más que unos desclasados mandados.
Con sus palanganas pretenden echar agua de olor, colonia mis cuates, para que los culos, verijas, vergas, pingas, pingones parezcan otra cosa y no apesten a lo que en realidad deben apestar: a puritita mierda.
Lo observaba todo como si fuera trasparente y encharcó mi alma la congoja en aquella noche de desenfreno y placer; me anegó la nariz unas tortuosas ganas de llorar por las pobres prostitutas. Putas que encima de folladas, por delante y por detrás, tienen que pagar la cama e, incluso, han de contribuir con unas perrillas al palanganero; a aquel zalamero que portaba la palangana floreada con rosetones rojos y gualdas. Contemplé como aquel palanganero, con pose digna e izquierdota, para más INRI se negaba a lavar las verijas de las prostitutas; pero si enjuagaba servil las vergas lechosas de los clientes de perras.
Prendí a llorar como un niño indefenso en una oscuridad amenazante donde pululan monstruos de fauces insaciables. Donde existía luz, de repente, cundió una aterradora oscuridad. Aquella, tan digna institución del desahogo y regocijo del bajo vientres pago, estaba en manos de unos desalmados y cabrones chulos y secuaces del auténtico propietario del burdel.
Concluiré el sueño que viví en aquella egregia casa del putiferio santacrucero y termino con mi relato:
“Pude observar a unas siglas con una Z y no, que no, que no de Zorro Justiciero, pues su espada zas, zas y zas… sólo la utiliza para penalizar las libertades individuales, convirtiendo en delincuentes a ciudadanos por beber o correr; el de la Z y la P de prohibir, prohibir y Zarandear libertades ideológicas. Practicaba, entre remeneos serviles, las veces de palanganero. Aquel protagonista de mi estrafalario sueño parecía ser un mariposón alocado de portaba con infamia la palangana para los clientes ricos; que entre sus manos cargaba el recipiente floreado con que refrescar las verijas a las profesionales del mete saca y asear las hediondas y apestosas vergas a la clientela de perras. Creí ver en aquellas desgraciadas, que no les quedan otros ovarios que abrirse de patas para que otros disfruten de sus agujeros, a la pobre clase trabajadora; creí distinguir, también en mi sueño, disfrutando en “Casa la Húngara” a los ricachones que desahogan sus huevos por delante y por detrás de las prostitutas; creí, juraría que en mi sueño contemplé en aquel putiferio a los empresarios de la Gran Patronal, Banqueros de calvas indecentes, cardenales, curas y monjas del régimen anterior y, también creí soñar que como Madame, la Húngara, con un faldón floreado, con mantilla española roja y gualda de prominentes pechos a lo Amarcord. Ahora que lo miraba con detenimiento comprendí que la Húngara era un tal Raja que te Raja que vocifera engallado: “pronto llegaré al gobernar con la reforma en las costillas de los trabajadores que, este palanganero, me hará el trabajo sucio, como en 1995 hiciera Felipito González con Aznarin el pelotilla de Bus”; también creí ver a un tal Cándido y otro tal más canijo, con un tocho de pasquines en la mano; ambos en sus horas libres figuraba de sindicalista; de noche de conseguidotes de conejos y vaiga usted a saber si de otras desvergüenzas”.
Y me rompió el alma ver que todos, menos las putas, comían de las mismas bandejas, servidas por aquellas; degustaban glotones, toditos aquellos clientes del putiferio, en una mesa repleta de viandas y exquisiteces. Hay que joderse mis cuates.
Me desperté sudando y cargado de rencor. Abajo el Putiferio.

sábado, 16 de enero de 2010

 

PRIMER CAPÍTULO DE MI NUEVA NOVELA: CANARIAS MARROQUÍ, AÑO 2056.









Tecleo estas líneas preso de la tristeza, encogidos los ánimos y cargado de penas recientes. Clarea desde el diminuto respiradero del escondite MADP–240952. Son las 8,45 horas del día 4 de agosto de 2056. Escuece en la nariz la acidez oleaginosa que cagan las refinerías repartidas por toda la costa. El olor acre se hace sentir especialmente en aquella zona baja, situada en las proximidades de las torres crematorias de gases, que ni siquiera con sus quinientos metros de altura, como prometieron sus ingenieros, impiden la contaminación. Artilugios avalados por la CCE para
zonas de interés geoestratégico colectivo que consumen el oxígeno del aire calinoso de la ciudadela y provocan multitud de enfermedades cardiorrespiratorias. En los arrabales donde los empleados/obreros en el complejo dormitorio, sobreviven en los agujeros horadados en el basalto bajo el nivel del mar. Según los informes oficiales por la escasez de terreno habitable hay que aprovechar el subsuelo. Yo me escondo en una de aquellas ratoneras gracias a un viejo amigo de mi padre miembro del MIECO. Tirado sobre el jergón cautiva mis pupilas la pantalla líquida del televisor, ante la noticia contengo la respiración al escuchar el parte oficial leído por la locutora del telediario matinal:
–El Equipo aéreo transportado de las fuerzas antiterroristas han descabezado un grupo independentista del peligroso MIECO, han puesto en funcionamiento su GESTAPO particular. Han muerto doce integrantes del comando terrorista y ha sido detenido un número igual; se busca a unos pocos que lograron escapar al cerco diseñado al efecto. Felicitamos a las fuerzas del orden por haber impedido una vez más que explosionaran sus bombas en el oleoducto sito en el mismo corazón de nuestra querida Ciudad de Santa Cruz de Tenerife, ya lo han intentado en el Complejo de Granadilla, pero los servicios de seguridad de EE.UU. que disponen en la zona de una base geoestratégica lo impidieron. En otras islas se refuerzan las medidas antiterroristas contra estos indeseables.
Ya de por sí me escuece el acento sudamericano–gusano de la locutora reclutada entre la más rancia ultraderecha americana; para completar el espectáculo y se observan a su espalda unas imágenes de banderas discutiendo con la ventolera, de rayas blancas, azules y rojas que se enorgullecen de sus propietarios. Se puede leer sobreimpreso al pie de la pequeña pantalla: “Sede Oficial de las Naciones Unidas contra el Terrorismo”
Su mejor arma la machacona propaganda oficial, las reiteradas mentiras reincidentes, embustes interesados y las informaciones manipuladas que mantienen a la población en la inopia sobre los aconteceres de su tierra. Aderezan su arma con disculpas sobre el terrorismo. Cuando se antepone esta palabra es síntoma del objetivo perseguido. Con la cantinela se permite borrar del mapa, hacer desaparecer de la faz de las islas, como si de un mago de farándula se tratase, todo derecho individual o colectivo y el refrán ojo por ojo, diente por diente se aplica imbuido en la filosofía que quien primero da, da dos veces. A ello se añade el lema bautizado con tanto éxito por los israelitas “por un ojo de los nuestros, mil de ellos”; el final perseguido consiste en amedrenta y apaga resistencias.
–¡Pobres amigos!, Escapé por los pelos de los huevos. ¿Quién habrá sido el chivato cabrón? ¿Quizás algún compañero torturado hasta cantar el carasol? –comprendía la máxima de que ni siquiera la mano derecha se entere de lo que hace la izquierda. Los sueros de la verdad y las sofisticadas técnicas de interrogatorio nos obligaban a mantener estrictas normas de seguridad y la utilización de células sin aparente conexión. Las expeditivas prácticas estudiadas en Guantánamo por los EE.UU. eran el manual al uso. Pero siempre queda la duda de si el fracaso de la operación o la redada viene de uno de los que creemos en nuestro bando; de un topo infiltrado por nuestros enemigos; de uno que finja estar por la causa.
–Tenemos infiltrados hasta en las almorranas y ustedes descuidando el protocolo de autodefensa y dándoles razones para aumentar la represión, para que nos machaquen y destripen contra el suelo como cucarachas –me contestó un hombre de barba cana que no paraba de fumar y, a un tiempo, usaba el ventolín de forma compulsiva.
–¿Pero, algo habrá que hacer? ¿No le parece, amigo?
Le pregunté al verlo tan negativo y poco comprensivo con los detenidos por los servicios secretos.
–Claro que tenemos que defendernos, pero todo a su tiempo, no comprendes ¡Cojones! ¡Rediós! Que esos hijos de puta hacen la vista gorda de la toma de las Islas Canarias, que ya está todo pactado en la metrópolis; el colmo ha sido el bombardeo con los penúltimos avances del yanqui. Fue un escarmiento, un “aviso a navegantes” y la avanzadilla fue capitaneada por pilotos españoles del eje antiterrorista procedentes de Marruecos/EE.UU. Y ustedes jugando a los comanditos de mierda. Con sus batallitas nos colocan al borde del precipicio, caen en sus provocaciones, nos hacen peligrar a todos y, lo que es peor, justifican sus tropelías en el norte de África.
–¿Usted cree lo que dice? ¡Cojones! Hábleme con el corazón. ¿Usted cree que nosotros justificamos con nuestra lucha el que se apropien de las islas; o por el contrario, somos nosotros los que estamos parando esta nueva conquista? ¿Acaso pretende que al igual que hicieron los españoles con el Sahara Occidental, se lo entreguen en bandeja y después decir, como ha sucedido ahora un siglo después, que hay que respetar el status quo?
Me molestó la encendida diatriba que dedicó a mis compañeros detenidos y la carencia de la más mínima comprensión y respeto con unos patriotas canarios, muchos de los cuales, se jugaban su propia vida en el enfrentamiento y algunos, según decía ahora la tele oficial, la perdieron.
Pero no me respondió, clavó las pupilas en el suelo de metal e hizo un gesto de fastidio y, por ello y a pesar de su edad, continué con mis reproches contra el sistema.
–Son valientes los que han muerto y se merecen un respetito, viejo. Al menos eso le debemos a los que se juegan sus huevos, sus ovarios, pues no quiero ser machista por las compañeras también abatidas por el bien de toditos los canarios. Lo fácil es lo suyo meter el rabo entre patas y a verlas venir.
Enfadado con mis insinuaciones por fin se digno contestar;
–A mí también me jode, me revuelve las tripas, me escalda el alma si es que la hay, pollo, pues si bien los curas dicen que “haberla hayla”, ellos no parecen tenerla.
Se rascó la barba mientras no paraba de echar humo por su boca y continúo sin dejarme la oportunidad de responder:
–Es que no comprenden que la lucha será dolorosa y larga, que no tenemos que vender vidas jóvenes, ni meter toda la carne en el asador; ¡ni de coña, Pollo! Ya que, demagogo de los cojones, mezclas ovarios y huevos, debes conocer el dicho popular de que “los huevos hay que llevarlos en distintas canastas, para que de romperse algunos otros sobrevivan.
–Usted no me entiende y no le contesto en su mismo tono histriónico por las canas que luce.
Indignado se llevó el dedo índice a los labios y, en un santiamén dejó el cigarro en la lata de sardinas que hacía de cenicero y mirándome fijamente al rostro permaneció mudo un instante. Ahora leía en sus ojos una profunda tristeza, había mutado su rostro crispado y sentenció:
–¡La lucha continúa, joven compañero! Es imperioso aumentar las cautelas y discutir hasta la más elemental jugada, incluso la que parezca más infantil escaramuza para con esos cabrones. Desgraciadamente nuestro objetivo de tirarlos al mar, de que se manden a mudar a sus continentes de donde llegaron, costará sangre sudor y lágrimas. Esos mamones disponen de un inmenso poder y, por desgracia, han logrado infiltrarnos algunos “vendepatrias” entre nuestras filas. La lucha durará eternamente para la escueta vida de un canario al día de hoy, será larga, cruel y sin cuartel para nuestros hermanos, si no abrimos los ojos y el cerebro, joven amigo. Quizás ni tú, que casi eres un niño, verás sus frutos –dijo Juan, acariciando con un tic epiléptico su mentón barbudo y respirando con una apnea asmática, encendió otro maldito cigarro virginio, de esos apestosos que tenían atufada la menuda estancia donde nos hallábamos.
–Llámelo usted como ¡coño! quiera, pero estoy cansado de ver tanta pasividad, cómo nos escachan como cucarachas y, cuando no acaban físicamente con nosotros y nos exterminan, nos apresan, torturan y descerebran. Eso viene sucediendo, de un tiempo acá, todos los días Viejo. Olvida que la llegada de Marruecos es una subida cíclica del agua en nuestras costas, se equivoca Señor, es un tsunami que acecha o lo paramos ahora, ahorita mismo o nos hace desaparecer del mapa como pueblo.
Me contestó con un nuevo pero:
–Pero es la puñetera ley de la supervivencia, unida a la autodefensa. No seas impulsivo que nada será peor que la precipitación en este aciago momento que nos toca padecer. Todo a su tiempo, nada contribuye la valentía absurda de los que se autoinmolan sin una estrategia de conjunto, sin un poco de materia gris. No hay que precipitarse, desesperar, si controlamos los tiempos precisos se impondrá la fuerza de la razón a la razón de la fuerza.
–¡Muy bonito!, miré usted que me gustan sus consejos. Yo creo que es cagalera amarilla lo que demuestra su discurso. Si no está dispuesto a luchar mándese a mudar al exilio, como muchos otros de los nuestros –le contesté molesto con la arrogancia de persona mayor, me pareció su responsabilidad cobardía. Y su arrogante tener la verdad de su parte, que incluso insinuaba que se daba el trabajo de hablar con un niñato como yo; intuía que sus palabras desprendían su perdonavidas discurso, con los mismos argumentos de mi padre que por desgracia también fue detenido días atrás.
Agradecía que me dieran cobijo en circunstancias peliagudas de represión ejemplarizante, la protección de un lugar no quemado cuando tan caro está amparar a un independentista y reconozco que se juega los cojones por mi persona. Deseo ser sincero y cada vez más detesto sus complacientes consejos con un sistema que persigue y mata a los nuestros–tragué aire que por poco me añusga ante la mirada ofuscada de Juan que aguardaba mis palabras, cabreado por las insinuaciones de cobardía. Callé y me conformé pensando que conocía a mi padre y por eso me hace el impagable favor de esconderme.
–Capullito cabrón, expláyate, escupe el veneno que leo en tu mirada, si te lo tragas te intoxicas, mamón. Dejaré que desagüe la calentura. Ya hoy me has insultado bastante con tus mariconadas e insinuaciones infundadas. Duerme algo, debes estar molido y después hablaremos. La nakba catastrófica aún no ha llegado y si sabemos mantener la calmar y canalizar nuestras fuerzas nunca llegará a estas islas que todos queremos libres.
Lo observé ofuscado retirarse renqueante. Tomó la puerta de metal, abrió, miró a uno y otro lado y desapareció con el cigarro apagado entre sus labios violetas. Me recosté en el jergón de esparto sobre una manta y mascaba mi cabreo recordando penosos acontecimientos recientes que aunaba con viejos problemas que, como decía mi padre, “a joderse toca, ¡hijo mío!” “Tiempos de las jodiendas que nos toca sufrir hemos de aprender”. La alternativa era simplona: o plantábamos cara o nos mandábamos a mudar de las islas, como antaño hicimos y cómo partieron nuestros antepasados para América. Había una diferencia, en tiempos pretéritos nos fuimos porque las islas no daban para vivir, pero ahora precisamente era todo lo contrario, se habían convertido en la joya de la corona por las inmensas riquezas del subsuelo y el valor geoestratégico.
Meditaba sobre las palabras de Bene, de cuyo destino poco sé, salvo lo que acababa de oír en el parte oficial. No sé si se encontraba entre los muertos o entre los detenidos o, eso deseé, entre los huidos: “Con la complaciente administración española y sus acólitos arribaron a las islas con la bendición de nuestras autoridades y grupos de presión angloamericanos. No se atuvieron a las denuncias de algunos a los que calificaron de inmediato de independentistas próximos al integrismo aunque no bajo héjira de Alá, sino la del Dios Católico, nos apodaban Cristianos integristas los marroquí en su prensa oficial. Lo que hizo saltar la chispa de la sospecha fue la rapidez con la que su limpiaculos pro marroquíes alabaron los logros en el Magreb por la monarquía alauita; su rey nos ha llamado, como una maldición, “hermanos”, para apostillar y calificarnos de sus “amados súbditos”. España y sus gobiernos ya no querían a Canarias y la ayuda que prometieron la olvidaron tras la venta. Qué importa que en Canarias sea calificado de socialista, comunista. Eran la misma mierda como se encargaba de denunciar Dipar. Se califiquen de socialistas, coalición de izquierdas o de derecha pura y dura, han vendido las islas y sus aguas a cambio de participar en la tarta del petróleo y del nuevo reparto del Continente Africano donde, bajo la excusa del desarrollo, han plantado, de nuevo, a sus multinacionales globalizantes. Son un secreto a voces los acuerdos de Repsol y la British Petroleum y las norteamericanas Cheyron y Conoco-Philips. Ahora tienen una disculpa y sólo se habla de Canarias, como plataforma para llevar una vida mejor al tercer mundo negro, quizás al cuarto, al quinto; ¡qué leches! el puesto que ellos quieran darle para justificar sus tropelías de su neocolonialismo; todos compiten por sus personales e intransferibles intereses, el gigante francés, el británico, el alemán, el europeo, el asiático se reparten el continente. Ya disponen del cupo de inmigrantes que les hagan los trabajos que no desean sus naturales”.
Recordé las palabras de mi padre, mientras le detenían y sacaban a empujones y culatazos, sólo unos instantes antes habíamos sostenido una agria discusión sobre la lucha contra el invasor que sólo era invisible para los ciegos u oportunistas de turno:
–Ya soy viejo para que un niñato me hable de lucha por la independencia de las islas cuando sin la protección de España seríamos pasto de las apetencias de Marruecos, ¡hijo! Con las manos esposadas, camino del vehículo del ejército, sus ojos encorajinados por el trato recibido me miró para que callara. Me suplicó con sus cejas entornadas que lo detuvieran a él era suficiente. Me contuve, tenía razón, nada podía contra sus armas especiales y aunque, en ocasiones, me arrepiento de no responder a los matones que se lo llevaron aduciendo una orden judicial; pero fue práctico. Y comprendió tarde, sobre su cuerpo conformista, pero por fin entendió las razones que llevaban mis palabras en la acalorada bravata de apenas unos segundos antes.
Muchos compañeros han sido detenidos bajo la acusación de peligrosos terroristas, de miembros del Movimiento; quizás sea la última vez que pueda protestar antes de mi captura. Como a muchos han puesto precio a mi cabeza y a la de mis próximos, la de quienes hemos permanecido en las islas para defenderlas, sufrimos en nuestros morros la represión consciente de que su mejor estrategia consiste en exterminarnos, aplastarnos como se despanzurra una cucaracha sobre la acera o una pulga, un piojo entre las uñas. Se ha abierto la caza de los calificados, sin recato, por los poderosos medios de presión de los lobbies asentados en Canarias de “terrorismo independentista” “soberanistas”, término al uso.
Maldigo al invasor y me saltan las lágrimas cuando pienso en el tétrico futuro de los nuestros y de nuestra tierra y recursos naturales: Petróleo y plataforma de expolio del continente negro, como la autopista que uniría Fuerteventura directamente con el continente, en un principio se dijo que para el transporte del petróleo, el gas y otros minerales, luego supimos que de transito a las islas, por donde pretendían llegar a diario sus carros de guerra. El turismo se ha trasladado de las islas a las costas del continente próximo. Incluso el color del mar en nuestro archipiélago ha cambiado: escasea el azul y sobra el verde. El aumento de aportes de fósforo y nitrógeno en sus aguas ha estimulado el crecimiento de algas costeras, cuyo oxígeno consumen al descomponerse hasta asfixiar la fauna marina creando zonas muertas que se expanden por la plataforma costera; el deterioro es global debido al desorbitado vertido al mar de materia orgánica y nutrientes. Montones de basura se acumulan en las profundidades, plásticos flotando y suciedad contaminante recubren nuestras otrora famosas playas, las que fueron el principal reclamo para turistas; los desperdicios e inmundicias humanas son traídos por los caprichos de las corrientes y el viento. La acidificación de las aguas costeras por el CO2 ha maltratado nuestro ecosistema marino; si no fue suficiente con los muelles de avituallamiento de Granadilla y otros en las distintas islas, sobre todo en las orientales se sumaron los oleoductos y complejos petroquímicos y el crecimiento desmedido de la población han empeorado el ya desastroso panorama. La poca agricultura ha desaparecido, apenas queda un poco de subsistencia en Las Alturas, casi todo llega a las islas de afuera y, ahora, la táctica para sus antiguos propietarios que han marchado para el continente, es reconvertir los viejos hoteles en complejos para los agregados militares que han plantado aquí su cuartel general de gendarmes de su boyante negocio e ingentes cantidades de mano de obra que trabaje en sus complejos petroquímicos. Nuestros hombres de negocios han cambiado de finca y propietario, pues quien no la cuida “le ponen medianero” y ahora destrozan, como antes depredaran el archipiélago, todo lugar donde alcanzan sus negocietes; las migajas que les dejan las multinacionales aparentemente asociadas a sus mismos intereses. El paro ha aumentando entre los nacidos en la isla, creciendo la insatisfacción de nuestros hombres y mujeres peor preparados que tienen que inmigrar, camino de donde llegaban los parias buscando mejor vida, la ruta se ha invertido; ahora los cayucos y pateras han modificado su ruta. De donde venían van y a donde ahora van, antes venían.
Los comités de defensa de las Islas, organizados en el MIECO han sido desbaratados en su mayoría; no sólo se nos tortura y aplican las técnicas estudiadas en Guantánamo, el Líbano, Palestina, Nigeria, Libia, Afganistán, el Aaiún, etc. sino que se nos desprestigia, a la orden de que el mejor independentistas es el muerto o el descerebrado, después de practicarle las nuevas técnicas de chupada de cerebro. ¿De quién fiarse?, estábamos infiltrados hasta la médula. Sin embargo aún lograron organizar las defensas unos pocos en grupos reducidos que se reunían con todo tipo de precauciones, siguiendo un rosario de controles y llevando a raja tabla un protocolo no escrito pero estricto. Una pena inmensa me hace apretar las mandíbulas y tragarme la saliva ácida, espesa que me anega en la garganta.
¡Pobres islas!, ¡desgraciada de nuestra gente! Paga el precio del no habernos preparado para las plagas que devastan nuestra sociedad, nos inundan de todo tipo de drogas, la juventud adicta a las variopintas porquerías de diseño, ajenos a los problemas que le rodean, presos de la dejadez oficial que ya ha dicho su última palabra sobre nuestro futuro; los medios de comunicación en manos de los que nos invaden, ultraderecha sudamericana, yanquis, marroquíes y las autoridades sumidas en el letargo de los sobres y prebendas que los actuales amos dejan caer de sus mesas de opulencia. Ahora, católicos e islamistas metidos en contiendas religiosas traídas y fomentadas desde la elite dominante, que nos enfrasca en patéticas disquisiciones sobre qué Dios es más poderoso, ya sea Alá con sus profetas o Jesús con sus clérigos contrarios al aborto, al matrimonio gay, pero ciegos ante la guerra y la tortura: qué si la reconquista de los viejos reyes católicos, que si el wafq islámico nos amenaza, que si el integrismo católico es más peligroso. Mientras tanto las obras sociales se han dejando en una rampante pléyade de ONG más pendientes de buscar subvenciones que servir a los intereses del pueblo.
Divide e imperas ya decía el emperador romano cuando dominaba el mundo conocido y siempre ha dado resultados para el que conquista


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