miércoles, 28 de julio de 2010
UN CUENTITO ESPAÑOL SOBRE LA GESTA DEL 25 DE JULIO
En estos días hemos contemplado en las calles de Santa Cruz de Tenerife las representaciones de lo que han venido a denominar “La Gesta de 25 de julio” y, sin desdeñar la importancia que para el pueblo canario tiene el recordar este acontecimiento, se precisan algunas puntualizaciones. Hemos observado una versión militarota made in Spain, sin rigor histórico, de aquel acontecimiento vital en la historia de las Islas Canarias. Mi humilde opinión es que lo teatralizado en poco se ajusta a los hechos acontecidos en aquellos ventosos días de julio de finales del S.XVIII que pudieron cambiar la historia de las islas; ya Pérez Minik hablaba de la posibilidad de haber pasado Canarias a la Corona Inglesa; tema, de cualquier forma, discutible y que sería objeto de un análisis más extenso al que parecen rehuir nuestras facultades de historia en Canarias.
Si se es riguroso con la historia debió recibir el protagonismo el pueblo llano de Santa Cruz de Tenerife, como ya muestra la mejor escultura histórica de aquella ciudad. Se encuentra ubicada, quizás algo enterrada al extremo derecho del Cabildo Insular. La escultura no suficiente valorada del Premio de Canarias el catedrático Don Manuel Bethencourt Santana: “El grito” como con cariño la denomina el pueblo. La obra, a pesar de sus detractores españoleros, da en el clavo al poner rigor histórico al acontecimiento y rendir un sensible homenaje al valiente pueblo de Tenerife. Fue quién derrotó la flota que trajo Nelson a someter a las Islas Canarias. En aquella obra de arte se observa a una canaria, mujer del pueblo, con los puños cerrados, gritando con rabia al ventoso cielo y arengando a los paisanos para plantar cara al ejército invasor de Nelson. Este grito de guerra, que desgarró la noche de aquel mes de julio, otorga el protagonismo a quien se lo merece, a quien mal armado derrotó al contralmirante Nelson con su valentía y arrojo. Por otro lado cumple el papel de quitar la máscara, con rigor histórico, a quien no tuvo una postura gallarda, como lo fuera el General Gutiérrez, y también a sus oficiales y a la mayoría de militares a sus órdenes. Esta vergüenza histórica para el ejército español fue destacada por la propia metrópolis al no otorgar ningún mérito al General y a las fuerzas a su mando. Quisieron dejar clara la cobardía de sus timoratos oficiales, que sólo regresaron cuando ya el pueblo había repelido a la flota inglesa y cuando el General Gutiérrez pactó con el propio Nelson que le dejaba marchar si prometía no volver a atacar las Islas Canarias.
Habla por si solo el desdén con que la Corona trató a su máxima autoridad militar en las islas: General Gutiérrez y a los oficiales a sus órdenes.
Traeré un ejemplo de ello, sacado del libro “Los Desertores en la Gesta Del 25 de Julio” de Don Juan Carlos Cardell Cristellys, sin olvidar lo manifestado al respecto por Don Antonio Rumeu de Armas y el propio Alejandro Cioranescu sobre lo acaecido aquellos días de donde se surte el expresado libro, así como de fuentes inglesas y francesas que han estudiado el tema por la cuenta que les traía.
Son palabra sinceras de uno de los protagonistas de dicha gesta, lo que le aportan un valor especial; son palabras de quien luchó y fue testigo de primera mano de los acontecimiento: dudas y huidas en los oficiales del ejercito español en canarias. Domingo Vicente Marrero nos dice sobre lo acontecido y cito textualmente:
“Quiero y no quiero hablar de los muchos señores oficiales que abandonando la patria al furor de sus invasores permitieron su ruina a cambio de conservar sus vidas volvieron la espalda a la primera voz de estar el enemigo en tierra.
Llenándose los caminos y aún las salidas más intransitables de nobles cobardes que fugitivos corrían a tomar altura de donde observar sin recibir daño; es cierto que los milicianos, soldados la mayor parte, lo ejecutaron también pero ¿por qué?”
Y nos responde este testigo presencial:
“Porque veían a sus comandantes, a sus capitanes, tenientes y alférez tomar la delantera, dándole el más vil ejemplo y a más que cuando estos lo hicieren acaso por ventura ¿Saben lo que es el honor? ¿Tienen de él alguna idea? ¿Han leído las reales ordenanzas? ¿Qué bienes y caudales aventuraban? NADA. NADA DE ESTO SE ENCONTRABA EN UNOS HOMBRES AGRESTES Y RÚSTICOS”
Ya es hora de poner los puntos y las comas en su lugar, como ha hecho el Escultor Manuel Bethencourt Santana. Espero que en próximos años se cuente con el auténtico protagonista de los acontecimientos: El pueblo llano.
Si se es riguroso con la historia debió recibir el protagonismo el pueblo llano de Santa Cruz de Tenerife, como ya muestra la mejor escultura histórica de aquella ciudad. Se encuentra ubicada, quizás algo enterrada al extremo derecho del Cabildo Insular. La escultura no suficiente valorada del Premio de Canarias el catedrático Don Manuel Bethencourt Santana: “El grito” como con cariño la denomina el pueblo. La obra, a pesar de sus detractores españoleros, da en el clavo al poner rigor histórico al acontecimiento y rendir un sensible homenaje al valiente pueblo de Tenerife. Fue quién derrotó la flota que trajo Nelson a someter a las Islas Canarias. En aquella obra de arte se observa a una canaria, mujer del pueblo, con los puños cerrados, gritando con rabia al ventoso cielo y arengando a los paisanos para plantar cara al ejército invasor de Nelson. Este grito de guerra, que desgarró la noche de aquel mes de julio, otorga el protagonismo a quien se lo merece, a quien mal armado derrotó al contralmirante Nelson con su valentía y arrojo. Por otro lado cumple el papel de quitar la máscara, con rigor histórico, a quien no tuvo una postura gallarda, como lo fuera el General Gutiérrez, y también a sus oficiales y a la mayoría de militares a sus órdenes. Esta vergüenza histórica para el ejército español fue destacada por la propia metrópolis al no otorgar ningún mérito al General y a las fuerzas a su mando. Quisieron dejar clara la cobardía de sus timoratos oficiales, que sólo regresaron cuando ya el pueblo había repelido a la flota inglesa y cuando el General Gutiérrez pactó con el propio Nelson que le dejaba marchar si prometía no volver a atacar las Islas Canarias.
Habla por si solo el desdén con que la Corona trató a su máxima autoridad militar en las islas: General Gutiérrez y a los oficiales a sus órdenes.
Traeré un ejemplo de ello, sacado del libro “Los Desertores en la Gesta Del 25 de Julio” de Don Juan Carlos Cardell Cristellys, sin olvidar lo manifestado al respecto por Don Antonio Rumeu de Armas y el propio Alejandro Cioranescu sobre lo acaecido aquellos días de donde se surte el expresado libro, así como de fuentes inglesas y francesas que han estudiado el tema por la cuenta que les traía.
Son palabra sinceras de uno de los protagonistas de dicha gesta, lo que le aportan un valor especial; son palabras de quien luchó y fue testigo de primera mano de los acontecimiento: dudas y huidas en los oficiales del ejercito español en canarias. Domingo Vicente Marrero nos dice sobre lo acontecido y cito textualmente:
“Quiero y no quiero hablar de los muchos señores oficiales que abandonando la patria al furor de sus invasores permitieron su ruina a cambio de conservar sus vidas volvieron la espalda a la primera voz de estar el enemigo en tierra.
Llenándose los caminos y aún las salidas más intransitables de nobles cobardes que fugitivos corrían a tomar altura de donde observar sin recibir daño; es cierto que los milicianos, soldados la mayor parte, lo ejecutaron también pero ¿por qué?”
Y nos responde este testigo presencial:
“Porque veían a sus comandantes, a sus capitanes, tenientes y alférez tomar la delantera, dándole el más vil ejemplo y a más que cuando estos lo hicieren acaso por ventura ¿Saben lo que es el honor? ¿Tienen de él alguna idea? ¿Han leído las reales ordenanzas? ¿Qué bienes y caudales aventuraban? NADA. NADA DE ESTO SE ENCONTRABA EN UNOS HOMBRES AGRESTES Y RÚSTICOS”
Ya es hora de poner los puntos y las comas en su lugar, como ha hecho el Escultor Manuel Bethencourt Santana. Espero que en próximos años se cuente con el auténtico protagonista de los acontecimientos: El pueblo llano.
sábado, 17 de julio de 2010
VIVA LA CULTURA, PERO TAMBIÉN LA CANARIA, ESPAÑOLEROS DEL MUNDO MUNDIAL.
Obra: Atis Tirma de Manuel Bethencourt Santana
El pueblo catalán nos da ejemplo con sus valiente y categóricas protestas contra una sentencia dictada por un caducado y politizado –en el sentido más oscuro del término- Tribunal Constitucional Españolero. Me han entrado arcadas de vómito el repasar un texto redactado con el ácido estomacal de lo que yo califico la amarga y vengativa bilis del Toro Español; sentencia que rezuma anticatalanismo rampante –aunque lo niegue-; sentencia aderezada con los ácidos de estómago más vetustos de la bandera roja y gualda del amenazante y cornudo toro negro.
Con el tema de la sentencia del Estatuto Catalán pueden observarse las diferencias entre un pueblo sometido por los intereses de otro y un pueblo colonizado. Nos encontramos, por un lado, con el pueblo catalán preso por los caprichos del “castellano”; palabra que representa el rancio nacionalismo español y, por otro lado, sin embargo nos topamos con algo muy diferente: con un pueblo Canario “colonizado” por todo el pueblo Español; pueblo que nos sometió a sangre y fuego desde hace más de cinco siglos y continua con su rapacería.
Al pueblo catalán los españoles fachas no le permiten el autogobierno soberano que han aprobado en buena lid; sin embargo el tema de Canarias es de más calado al entrar el factor colonial. Las diferencias, entre muchas otras, son evidentes; en el pueblo catalán sus propias instituciones y partidos, a excepción de los fachas de siempre, apoyan sin complejos su lengua y cultura; no obstante en Canarias, al ser una colonia, se oculta, se tergiversa y se persigue al que lucha por su cultura. A los amantes de la cultura canaria se nos califica con lindezas despectivas, en una gama que va de terrorista a provinciano, aldeano, inculto y todo ello con la prepotencia que demuestran los españoleros del nacionalismo español en estas islas perdidas en el Atlántico. Pero es vergonzoso observar que los peores en esta tarea opresora son los conversos. Aquellos que se autocalifican de nacionalistas y que sólo utilizan el término para su lobby de cuatro trileros del cemento y el trapicheo. Me temo que, para vergüenza de cualquier canario, ni siquiera replicaron a un Zapatero neoliberal, no por ser ellos también neoliberales, sino porque les prometió no recurrir el negociete de Granadilla para que sus cuates, los mismos que trapichean en las Teresitas, en el Plan de Ordenación de Santa Cruz de Tenerife, etc. Los que siempre permanecen pegaditos al talego del gofio y así llenar más su buche insaciable.
Lo que más cabrea e indigna no es exclusivamente que ganen mucho dinero público, sino que el derroche de nada sirve al pueblo canario con el máximo índice de desempleo y sueldos y pensiones más bajas de todo el estado; por el contrario, estos trapiches van a condenar nuestro futuro medioambiental en el sur de Tenerife y me temo una vez más, que estos vendepatria, con la bendición del neo Zapatero, otrora adalid del progreso, ahora abogado de los banqueros y empresarios, el del rollito progre para engañar a los bobos bienintencionados sea cómplice de sus atropellos.
Pienso que para que cualquier pueblo pueda afrontar su futuro en libertad es preciso conocer su verdadera historia; se necesita que en las escuelas, colegios, institutos, universidades y en cualquier foro se profundice, se eduque, se conozca la verdadera historia y cultura del pueblo canario; aunque se la considere intencionadamente primitiva, neolítica. Es preciso que juntemos nuestros cerebros contra los conquistadores españoles y sus descendientes mentales que han intentado borrar nuestra cultura a sangre y fuego; es necesario que dejemos con el culo al aire a todos aquellos que la quieren desaparecer de la faz de la tierra. En nuestras escuelas bajo el timón de Milagritos “Gritos”, presunta nacionalista, se nos enseña quien fue el Cid Campeador que, dicho con todos los respetos, nos podía importar un carajo y sin embargo se nos oculta a nuestros ancestros Bencomo, Beneharo, Bentejuí, etc.
Para que un pueblo sea auténticamente libre se precisa conocer su cultura, que se divulguen sus orígenes y se nos haga partícipe de su devenir en los siglos desde su prehistoria. Una de las tácticas preferidas del colonialismo es hacer olvidar a los colonizados esos orígenes, ocultarlos, tergiversarlos; entre los métodos predilectos del nacionalismo español figura el reescribir con su pluma roja y gualda la historia del pueblo colonizado y encorsetar sus orígenes entre cruces y vírgenes santas, cirios y meapilas de los que tenemos relevantes personajillos y figurines en nuestra fauna isleña dentro incluso del partido de Pablo Iglesias; sin ir mas lejos, Fraga en ese Adeje con sus famosas procesiones y rosarios, sin dejar su puesto en el consejo de administración bien remunerado de Cajacanarias; el Presidente del PSOE en Canarias, que sustituyó al belillo parlanchín que se mandó a mudar al mundo mundial; junto a este peje, con su presunto humanismo cristiano y su defensa de la santa y brava unidad del Pueblo Español Don Eligio Hernández, insigne meapilas donde los haya, dicho con cariño –eso al menos nos cuentan con sorna-.
El Nacionalismo Español en Canarias nunca ha cejado antes, y ahora menos, en destruir los vestigios de nuestro historia, reescribirla con tintes españoleros, ocultándola intencionadamente al pueblo llano o ridiculizando todo lo canario que nos recuerde las raíces. Hagamos memoria: ¿les suena aquello de guanchitos, taparrabo, zalea?, y ¿recuerdan sus proclamas para que dejemos de hablar de cabritas, cuevitas, pintaderas, cerámica, etc.? En resumidas cuentas, nos quieren hacer creer que se trata de mariconaditas y dentro de este término, introducen cualquier vestigio del pasado guanche; para rematar critican un neolítico de mala leche.
Un aventajado especialista en esta denigrante labor es el Secretario General del Español Partido Socialista, José Miguel Pérez, Presidente del Cabildo Insular de Las Palmas de Gran Canaria. Supuesto Catedrático de Historia, para que joda más, que ha llegado a decir que la historia de Canarias le importa un pito; lo que yo traduzco –perdón por lo vasto pero le viene a pelo- que le suda sus cojones españoles, presuntamente socialistas; este cultísimo historiador –dicho en término coloquial- siempre tan guapito, aseadito a lo niño pijo tiene ahora la posibilidad de culminar su tarea de eminente historiador negando los fondos al Museo Canario, con disculpas que atacan la inteligencia, el mantenimiento se paga con el chocolate del loro. Pidiendo perdón a los rebenques que pululan por Canarias.
Sus malas artes contra el museo de Chil, entre rezos integristas de rosarios y santurrones golpes de pecho, no me dejan la menor duda a definirlo: como un fiel servidor de su amo español y destacar que con su cagada ha quedado al descubierto el pájaro contra la cultura canaria que incuba en su interior rojo y gualda.
Otro ejemplo de cómo se tergiversa la historia la tenemos en la llegada de Nelson a Canarias; se ha intentado dar protagonismo al General Gutiérrez, cuando los propios españoles, tras los acontecimientos le consideraron un cobarde; se ha pretendido dar el mérito al presunto ejército español, cuando el auténtico valedor del triunfo fue el pueblo llano, nuestros antepasados que defendieron con su vida a la Isla, mientras militares de alto rango huían con el rabo entre patas o se escondían compungidos preparando la rendición. Otro tanto sucedió en relación al ataque de Las Palmas de Gran Canaria por Van Der Doez defendido por los canarios de a pie y no por el ejercito español y los herederos de los conquistadores que pedieron el culo corriendo a esconderse.
Viva la cultura, pero también la canaria, españoleros del mundo mundial.
sábado, 10 de julio de 2010
Canarias pudo ser una colonia inglesa.
Muchos canarios se preguntan qué hubiera sucedido en el supuesto de que los ingleses hubieran arrebatado a España Las Islas Canarias, su colonia en África , y. por ello, quiero recordar lo que sucedió entre el día 21 y 22 de Julio de aquel ventoso mes de julio de 1797. Bebo de las fuentes de los no suficientemente valorados doctores Don Antonio Rumeu de Armas y Don Alejandro Ciaranescu; sin olvidar, historiadores inglesas y francesas por la implicación de sus países en aquel acontecimiento.
EL ATAQUE DE NELSON POR EL MUELLE.
“Tomaré el mando de todas las fuerzas destinadas a desembarcar bajo fuego de las baterías de la ciudad y mañana probablemente será coronada mi cabeza con laureles o con cipreses”
Carta de Nelson a Jervis, tras fracasar en el primer intento.
A pesar de los contratiempos y del claro fracaso de los días anteriores Nelson no cejó en su empeño de hacerse con el puerto de Santa Cruz de La Laguna. No tomó ventaja de su condición de contralmirante y se dispuso a personalmente comandar a sus hombres en la que sabía era la opción más arriesgada en caso de ser descubiertos ante de tomar tierra.
En la derrota anterior tuvo un papel relevante el pueblo llano, como nos empresa Valverde;
“…y no habiendo bestias para que condujeran el agua a nuestros tropa, que era lo que mas apetecían por el mucho calor, se ofrecieron las mujeres que tienen el oficio de aguadoras en el pueblo a conducirlas sobre sus cabezas, por un cerro tan pendiente y áspero que ninguna había transitado; luego que condujeron la agua se personaron a llevar canastos de fruta, pan y demás socorros…”
En la derrota anterior tuvo un papel relevante el pueblo llano, como nos empresa Valverde;
“…y no habiendo bestias para que condujeran el agua a nuestros tropa, que era lo que mas apetecían por el mucho calor, se ofrecieron las mujeres que tienen el oficio de aguadoras en el pueblo a conducirlas sobre sus cabezas, por un cerro tan pendiente y áspero que ninguna había transitado; luego que condujeron la agua se personaron a llevar canastos de fruta, pan y demás socorros…”
El contralmirante ordenó a las lanchas partir al unísono precedidas por el Cúter Fox; deberían acceder a tierra más o menos al mismo tiempo. Apelaba a la oscuridad de aquella ventosa noche para evitar ser descubiertas y quedar a tiro de la plaza, Nelson ordenó forrar con lonas los remos para evitar el ruido al bogar sobre el encrespado mar tomado por una resaca a que nos tiene acostumbradas las islas en los ventosos meses de Julio.
Las fuerzas invasoras se organizaron en seis divisiones. Una de ellas la comandaba personalmente Nelson, acompañado de su hijastro Nisbet. Pocos días antes, el 21 y 22 de julio, había fracasado en su intentó de hacerse militarmente con la fortificación Central; se debió aquel intento por la fiera defensa de los Nivarios; es importante dejar constancia de la participación del pueblo llano en este importante acontecimiento. Los planes de Nelson cayeron por tierra al no po0der acallar desde la altura la defensa de la fortificación de Paso Alto como tenía previsto. Pero es que ni siquiera logró poner en práctica su plan de enviaba a un parlamentario Troubridge del Culloden que exigiera al General Gutiérrez la rendición del castillo. Su comandante en tierra portaba una carta de intimidación escrita personalmente por el propio Nelson. Amenazaba, en caso de negativa, con atacar directamente el Castillo; las tropas desembarcadas caerían sobre la fortaleza. Contaban con la ayuda de una andanada de cañonazos de su flota alienada, en formación de combate, a pocas millas de la plaza.
A las 21 horas del día 24, según lo previsto, unos 700 hombres embarcan en los 29 botes, 180 en el cúter Fox y 80 en el barco apresado el día antes a los nivarios en aguas próximas a la bahía. Nelson contaba con seis divisiones, mandados por los siete capitanes de la escuadra, y se repartían en decenas de lanchas, iban provistos de sables, hachas, sierras y escalas para el asalto del castillo, además de cañones de campaña. Las once de la noche fue dada la señal. A la una y media de la madrugada habían llegado a distancia de una mitad de tiro de cañón del martillo que formaba el extremo del muelle, sin que nadie los hubiera descubierto. Pero se rompió la sorpresa cuando las defensas les otearon poquito antes del desembarco en el pequeño muelle.
El General Gutiérrez ordenó la bienvenida con el fuego de cañones de las baterías desplegadas de un extremo a otro de la playa que encendieron el cielo con su ensordecedora metralla. Casi al mismo tiempo, las lanchas tuvieron que separarse por el viento racheado y las corrientes cambiantes. Sólo algunas supieron mantener su rumbo en dirección al muelle, pero la mayor parte de las lanchas fueron arrastradas por el fuerte oleaje más allá, en dirección SO.
La ventolera era tal y las corrientes arreciaban con tanto vigor que la lanchas invasoras se dividieron en tres grupos de asalto: uno que alcanzó su objetivo en el muelle, otro grupo que, a duras penas, pudo tomar tierra al sur de la caleta de la Aduana y el tercero que fue arrastrado por las corrientes marinas todavía más al sur, casi a la desembocadura del barranco de Santos. En resumidas cuentas sólo cinco lanchas consiguieron llegar al muelle y playas contiguas.
A eso de las 2,30 horas de la madrugada los defensores del Casillo de San Miguel al mando del subteniente D. José Marrero y con algunos franceses del bergantín La Mutine con su capitán Monsieur Ponmiés y Mr. Faust, que estaban en el castillo como agregados, advierten la proximidad de botes ingleses y el propio D. José Marrero con una bocina grita al barco inmediato La Princesa, que estaba en la bahía, dándoles el aviso y también para la noticia a la Batería de Santa Teresa que estaba a su derecha, (cuyos artilleros Francisco Borges, Francisco Días, Antonio González, Nicolás de la Rosa y José Chitz), y estos a su vez a los de la Batería de San Antonio y así sucesivamente a toda la cortina abren fuego con los cañones de las distintas baterías y castillos, así como la fusilería desde las casas próximas.
El contralmirante tuvo que acomodarse a los acontecimientos adversos. Confiaba en la destreza y pericia de los marinos a sus órdenes capaces de todo para obtener la rendición de la villa. La resaca acrecentaba por instantes y desmembraba a un más a los invasores ingleses. Los recién llegados no esperaban el bautizo de pólvora y llamas que les deparo el ser descubiertos antes de lo planeado. Era un infierno, desde la fortaleza y el muelle, desde la muralla, la plaza y hasta desde las ventanas de las casas que miran al mar les dieron leña sin cuartel, los canarios no estaban dispuestos a ceder ante una flota invasora que amenazaba sus vidas; una ola de patriotismo rondó por la villa, algunos se aprestaron a la defensa con lo que hallaron a mano, rozaderas, horquetas, hachas, podotas y cualquier objeto punzante; sin embargo, otros amedrentados corrieron temerosos por sus vidas al interior de la isla, incluso a sabiendas de la orden del General de pasar por las armas cualquier desertor.
EI grupo de lanchas que logró llegar al muelle sufría severas pérdidas. En el muelle, apostados tras cualquier parapeto, los esperaba una muchedumbre de paisanos y milicianos, que salían a defender la villa. Muchos nivarios, milicianos y paisanos, se lanzaban al ataque directo contra los marinos desembarcados sin miedo por su pellejo, el cuerpo a cuerpo regaba de sangre el desembarco y endulzaría el estómago de los peces de la bahía. El capitán Thompson y los hombres de las dos primeras lanchas fueron los primeros en poner sus botas en la escalera de acceso al muelle, lo hacían a cuerpo descubierto. Muchos marinos caían muertos a sus pies acribillados a balazos que les propinaban los defensores. A las dos primeras les seguía una tercera lancha repleta de invasores y a esta una cuarta donde llegaba precisamente Nelson. Freemantle, Richar Bowen y los hombres de cinco lanchas logran desembarcar en el muelle con más de cien atacantes no fue suficiente la tormenta de fuego para cortarles el acceso a la villa. Los marineros bogando con vigor se esforzaban contra las inclemencias del tiempo, la resaca propia del mes de julio les dificultaba el acceso al desembarcadero, remaban contra la corriente, gritando y maldiciendo hasta dejar sus embarcaciones junto a la escalera del muelle; el primero en asirse fue Bowen, le siguió Freematle y cuando ambos se disponían a tender la mano al contralmirante para ayudarle a desembarcar, con gran pesar, le vieron mal herido entre los doloridos brazos de su hijastro Nisbet.
Entre fogonazos, estampidos y reventones de metralla Nelson casi alcanzaba con su bota militar el suelo nivario, llamado así por la nieve que cubre el Teide. Cuando se dispone a poner su pie en tierra blandiendo su espada en alto, recibió un certero disparo que le hirió de rebote con un casco de metralla en el brazo derecho, a la altura del codo. El valiente militar pretendió asir, de nuevo, la espada pero se desprendió de su mano yerta para ir a caer en el fondo de la embarcación. A duras penas Nisbet reclinó a su padrastro cuidadosamente en el fondo de la lancha, le cubrió el brazo con el bicornio para evitar la impresión que la sangre que manaba a borbotones producía en su ánimo y se dedicó a taponar las venas del almirante con jirones de tela de uno de los marinos que le acompañaba; dada las órdenes precisas la lancha se dispone a retornar a la flota que se parapetaba frente a la bahía y se aparta tambaleante de la escollera del muelle; si la suerte le dio la espalda a Nelson en aquella noche, el inglés también pudo observar, con el alma encogida, como el cúter Fox, conducido por el teniente John Gilson, recibía un certero disparo en la misma línea de flotación procedente del Castillo de Paso Alto y el mar lo inundó, casi lo tragó en un eructo burbujeante; al mismo tiempo que otros cañones de San Pedro y de las baterías de la izquierda lo martilleaban con tal precisión que con un relincho se lo zampo el mar, previa una explosión que lo lanzó por los aires como un tizón encendido ante la satisfacción de los artilleros que victorearon por el pepinazo que hundió el cúter invasor. Murió preso del dolor su comandante desmembrado por la metralla y, al menos, 97 de los 180 hombres que el cúter acarreaba a tierra aquella desventura noche, uno por los disparos y otros heridos perecieron ahogados en las aguas revueltas de aquella noche sangrienta. Pero todo no estaba perdido para el inglés que llegó a Nivaria a dar un patada en el culo al rey español en el culo de los canarios.
Los invasores que, entre fogonazos de metralla, han logrado desembarcar clavan sus cañones corriendo a toda prisa y se parapetan en la Casilla del resguardo, recibiendo fuego cruzada que provenía de cualquier lugar de la costa. Fundamentalmente de la artillería del Castillo de San Cristóbal y de la batería de Santo Domingo. Los nivarios, aquella aciaga noche, iluminada por la metralla les saludan con los 67 cañones que cubren el frente de Santa Cruz. Los milicianos desplegados y emboscados en la Alameda de la Marina les asechan, les esperan ocultos en la penumbra, por instantes, iluminada. Se abren paso los desembarcados incluso luchado cuerpo a cuerpo con los milicianos que se abalanzan, sin cuartel, contra los invasores. Caen muertos Richard Bowen que meses atrás avergonzó al general Gutiérrez robándole una fragata con su cargamento y también, sucumbió el comandante de la fragata Terpsichore y los tenientes Thorpe, Earnshaw, Weerterhead y John Baishar; muchos paisanos también sucumbieron en aquella hora de lucha frontal y sin cuartel.
Nelson regresa al Theseus gravemente herido en su brazo derecho, en la semiinconsciencia se creyó perdido, desde lo alto se veía en los brazos de su hijastro Nisbeth que lo acostaba en el fondo de la lancha y con tiras desgarradas de la camisa de uno de sus marineros de ojos asombrados vendaba fuertemente su brazo para parar la hemorragia. Apretaba el torniquete más arriba del codo derecho para impedir que se desangrase por la herida abierta. Mientras tanto, la lancha había emprendido el regreso para conducirle a bordo del Theseus. Nelson seguía aturdido por el dolor y la pérdida de sangre, pero no lo suficiente para dejar de dar órdenes de ayuda a los náufragos del cúter Fox.
Lo condujeron al Theseus, donde lo izaron, no sin dificultad, por medio de una cuerda arrollada alrededor del brazo válido. Digno y haciendo acopio de sus últimas energías rechazó cualquier otra ayuda. Una vez en cubierta, el cirujano francés acabó con un serrucho la obra empezada por la metralla canaria. Cercenó la carne y el húmero, hasta desprenderlo del brazo con el mismo sonido con que se corta una rama del tronco central. El francés mancó por lo sano para evitar infecciones y cangrenas; ligó como pudo las venas y las arterias del muñón y el serrucho le sirvió para seccionar el hueso ante los ojos espantados de los presentes que le acompañaban en aquel penoso estado. Todas las amputaciones tienen mucho de carnicería y el cirujano de matarife, pero aquélla fue de verdad una auténtica masacre, dolor, carne y huesos desmembrados y sangre a mansalva. Nelson soportó la operación con ejemplar entereza y, cuando se le preguntó qué se había hacer con el brazo separado, dijo con sorna que lo tiraran al agua, en el mismo saco que cubría el cadáver de uno de sus hombres, flotó por un instante y se hundió con cautela en las aguas de Nivaria mientras los fogonazos recordaban que en tierra la lucha sin cuartel proseguía. Recordaba ahora a su padre pastor protestante en su parroquia repartiendo consejos; el dolor en su rostro de su progenitor al perder 8 de los 11 hijos que tuvo sin manifestar una queja a su Dios que se lo llevó; volvió a conformarse y balbuceó:
-Yo, al menos, me he aproximado a los cuarenta años; años que mis pobres hermanos ni siquiera pudieron disfrutar.
sábado, 3 de julio de 2010
En el mes de julio de 1797 Nelson arribó con su flota a Tenerife.
Y EL CONTRALMIRANTE NELSON:
Intentaré realizar algunas precisiones sobre El General Gutiérrez y el Contralmirante Nelson basadas en mi libro: “ENTRE PIRATAS”
El Contralmirante conocía que el Puerto de Santa Cruz de La Laguna no contaba con municipio propio, con modestísimas viviendas de pescadores y mareantes, entre las que apenas destacaban, por ser tan humilde como ellas, la parroquia Nuestra Señora de la Concepción y la ermita de la Consolación. Era un pago marinero de San Cristóbal de La Laguna, donde El de Lugo, el conquistador de la isla, teniendo a poco a los guanches, tras la conquista puso su real. Nelson también estaba enterado de que su relevancia actual derivaba de un hecho natural que quebró las aspiraciones del norte de la isla en su predominio comercial. Se quebró el futuro ventajoso de la Isla Baja cuando, en 1706, tres lenguas de lava destruyeran el Puerto de Garachico el más importante puerto de Canarias, después que el volcán lo tragara, engullera como si nunca antes hubiera siquiera existido.
La bahía de Santa Cruz de La Laguna constituía un refugio aparentemente seguro para los galeones, muchos de ellos cargados de tesoros expoliados allende los mares y que hacían un alto en su ruta a Cádiz o Sevilla. La villa estaba ubicada cara al mar abierto y contaba con un desembarcadero y una rada espaciosa. Los barcos que no fondean en ella permanecen a merced de viento y aquellos galeones que se aproximaran con intenciones perversas, arriesgaba en exceso. Al ser descubiertos quedarían a merced del fuego de sus cañones repartían a lo largo de, al menos, tres kilómetros de costas. Estos y otros detalles los conocía perfectamente el contralmirante. Mucho tiempo dedicó al empeño estudiando su situación geográfica. Los servicios secretos de la armada inglesa no ocultaba sus apetencias por el archipiélago; le hicieron cómplice de datos de los que nunca antes dispuso un marino inglés.
Las apetencias de contar con un asidero próximo al continente negro, con una colonia desde donde controlar el tráfico marino con América era codiciado por la inteligencia real Inglesa y fue estudiado, con el mayor sigilo por sus servicios secretos. Por ello contaban con un cúmulo de datos que sólo unos meses antes pudo contrarrestar los enredos de los franceses con Jean-Batista Drouet, a la cabeza, en las colonias inglesas para que obtuvieran su independencia en detrimento de su imperio. Los confidentes que pululaban en la isla, unos por su origen inglés poco escorados a la integración y otros por conciernas crematísticas y comerciales, le informaban de el más nimio de los detalles del Puerto de Santa Cruz de La Laguna.
Contaba con unas 10.000 almas y, desde luego, sería espoleta perfecta para ser utilizado como trampolín para confiscarle a España el resto de la isla, hacerse con el archipiélago y pagar con la misma moneda a los españoles por sus enredos en las colonias anglófilas. Los mercadeos británicos en África y en América dotaban a las islas, las cargaban de importancia estratégica. A ello se adherían los vínculos comerciales que ya de viejo les unían al archipiélago canario. Por otro lado, en el especto comercial una clase social pro anglófila enriquecida con el negocio con los británicos mucho más rentable que con la propia España ocupada en otras cosas.
Tardó en llegar a Tenerife la noticia y lo hizo el día primero de noviembre de 1796, la tuvo en sus manos el General Gutiérrez el 5 de de Octubre: S.M. Católica Carlos IV había declarado la guerra al Rey de Inglaterra, a sus Reinos y Súbditos y al militar le produjo ardor de estómago y una risa nerviosa que no podía parar su indignación y contrariedad. No soportaba ver como desde la metrópolis se le pedía máxima precaución, se le encarecía extrema vigilancia y, sin embargo, no llegaban refuerzos y no se atendían a sus requerimientos.
Gritó en su aposento, golpeó la mesa y comentó:
-Se olvidan de su colonia, me han desterrado a una ratonera.
Sin embargo, cuando Antonio Miguel Gutiérrez González-Varona arribó a Canarias con el grado de Comandante General de la colonia venteaba ya rancio para queso fresco. Le prendieron los años a empellones y al ver el panorama del lugar donde le confinaron, en el África que detestaba, de la que abominaba por sus deplorables recuerdos en Argel; de aquella maldita batalla donde estuvo a punto de criar malvas, solo le faltó prender a llorar al llegar a Tenerife. Sacó el pañuelo y tosió asmático como si quisiera escupir a pedacitos su pulmón. Miró en su entorno, suspiro largo aunque con el poco oxigeno que le ventilará sus viseras y le salvó la presencia de su Ayuda, al que ya, las comidillas provincianas avisadas por los cotillas de turno, le apodan, con coña, “El Sobrino”.
Durante el viaje un asma flemosa avejentaba sus sesenta y dos eneros incubados entre pecho y espalda. Fue recibido por los Señores de la isla con una fanfarria pueblerina que le postraban en un cabreo sordo; al llegar al desembarcadero, apenas emprendió una triste sonrisa. Después de tantos sinsabores le jubilaban alejado de su Aranda del Duero. No fueron comprensivos su añoranza de gastar su vejes con sus paisanos. Sin embargo, como buen militar la disciplina manda y órdenes son leyes. Pensó en su carrera en el ejército y le dolió aquel exilio, pero se conformó mirando a los que el acompañaban y que compartían destino con él. Soñaba algo mejor para sus últimos años, para alguien que desde el año 1770 era mariscal de campo.
El mar, los conflictos bélicos, junto a la sal arrugando su piel le aportó un tremendo temperamento, seco y duro. Pero cariños y tierno para con los próximos. Contaba con una mirada enérgica que contrastaba con lo decrépito de su porte, había nacido por los deseos del divino para una prolongada entrega al ejército. No perdió los años mozos precisamente en correr detrás de las mujeres y brindó su fastidiada existencia a las guerras de España.
Era un hijo de la época colonial donde el robo se apellidaba ampliar el imperio para esplendor de Dios. Pero, como siempre ha sucedido “quien no guarda la finca le ponen medianero” e Inglaterra lo pretendía. Como cantaban en las tabernas de la isla:
-Para una puta otra.
Por ello, cuando Gutiérrez llegó a Canarias a finales de enero de 1791, se dispuso a no perder el tiempo pues era conocedor por los correveidiles de las disputas coloniales. Emprendió, nada más poner su cansada bota en Tenerife, un estudio concienzudo de las defensas del archipiélago. No comprendió la ligereza del Rey más interesado en cobrar impuestos que en proteger a sus súbditos. Monarca que le importaba un bledo lo que sucediera en su colonia al norte del África. Pero el Comandante General no se achicó con los contratiempos, pidió ayuda a la metrópolis y, cuando cerraron sus oídos a sus suplicas, entendió que tenía que buscarse la vida por si mismo y ordenó, de inmediato, actualizar el plan general de defensa, que tuteló personalmente corrigiendo y ordenando lo militarmente correcto, su experiencia le sirvió de algo. Para su cumplimiento dictó numerosas providencias y recomendaciones, efectuó diversos nombramientos y, conociendo que la sorpresa era la mejor arma del Inglés, organizó una serie de puestos de observación en las atalayas para que los vigías o atalayeros avisasen con banderas y señales de fuego de cuanto se viera en el horizonte, también preparó mensajeros a pie y a caballo para recibir con prontitud los partes emitidos por sus subordinados y estar puntualmente informado.
Por el otro lado Nelson acostumbrado al ataque por sorpresa el regusto de una victoria aguerrida le regalaba vanidad, pero a un tiempo le exigía premeditación y astucia. Entre sábanas cavilaba los pormenores de la añorada conquista de las islas, soñaba con el halago que sus oídos recibiría una vez llegado a Inglaterra con unas islas conquistadas para el imperio en África.
El Contralmirante con las instrucciones dadas por escrito por el Almirante Jervis, el 12 de abril, somete a sus oficiales el plan trazado, los cita a todos en el alcázar de su buque. Les comenta que la encomienda, no sin cierta dificultar, es factible. Les hace llegar que el puerto de Santa Cruz dispone de buen anclaje siendo factible alcanzarlo por sorpresa amparándose en la noche. Lo estimula con el recuerdo Blake. La idea proyectada en principio consistía en desembarcar en un punto de la costa santacrucera y cortar las conducciones de agua hechas de madera que suministraban a la villa de Santa Cruz; el plan haría caer en sus manos la presa con cierta facilidad. Aquel pago de La Laguna, según les comenta, sólo cuenta con casas de una planta y a lo sumo de dos, pero carece incluso de sistema de alcantarillas. Lo más importante en este plan inicial es que dependía del agua que llegaba por aquellos conductos de madera. Si se materializa la primera fase de su plan lograría someter del enclave en un santiamén. La rendición sería inevitable en pocas jornadas, el botín colmaría sus alforjas sin excesivos costes. Sabía que Tenerife carecía de fortificaciones significativas. El contralmirante disponía de información puntual y comentó entre sus oficiales que no es de temer en exceso los Castillo de San Cristóbal y de Paso Alto; sin embargo, no le dio mayor importancia a los Castillo de San Juan, al Fuerte de San Miguel y las Baterías de la Concepción, del Flanco de San Telmo, de San Francisco, de San Juan, de Las Cruces y de Barranco Hondo, así como la Torre de San Andrés fuera de la línea de Santa Cruz, de así como tampoco otras fortificaciones secundarias que se desparramaban a los largo de la costa. En cuanto al Castillo de San Cristóbal donde basculaba su estrategia conocía el informe que el ingeniero Lartiué emitió en 1792 y que en esencia venía a decir: “Se considera como punto céntrico de toda la Línea y población de Santa Cruz de Tenerife; está dado por inútil e insuficiente por infinidad de defectos de construcción, de defensas y deterioros”
Ha llegado la hora, las órdenes directas las recibe de Jervis el 14 de julio, su jefe ha hecho suyas las recomendaciones de Nelson.
La estrategia era meridiana: desembarcar con sigilo, aprovechando la noche para no ser descubiertos, en la playa de Valle Seco y avanzar en la oscuridad, introducirse tierra adentro ocupar el Risco de Altura, situarse a la retaguardia del castillo de Paso Alto. Si se lograba esta primera fase del plan, después todo sería un divertimento. Atacarían el castillo, por su retaguardia, hasta rendir a su guarnición. Nelson del miedo que despertaba él y su flota, sabía de su fama y confiaba rendir al Castillo de San Cristóbal; incluso conocía personalmente al General Gutiérrez. Pero al contralmirante no le gustaba dejar detalle al hacer y previó incluso que sus planes no saliesen como se habían propuesto: que la toma de Paso Alto no derivase en la conquista del otro castillo. Planeó, alternativamente, dirigir a sus hombres en tierra al muelle y atacar el Castillo de San Cristóbal que el lejano de 25 de julio de 1575 mandó a construir por Felipe II en la Real. Hasta desarticular la defensa artillera; después, desembarcar cómodamente el resto de las fuerzas que sin mayores inconvenientes se harán con el control total de la plaza.
Nelson por los datos que contaba creía que las fortificaciones que se repartían a lo largo del literal Santacrucero habían sido edificadas para evitar ataques provenientes del mar, pero soportarían las acometidas desde tierra. El intríngulis del atrevido plan de conquista giraba en torno a la premisa de rendir la plaza por sorpresa y, después, encadenada a su victoria, vendría el resto, como un azucarillo caerían a sus pies, toda la isla quedaría a su merced.
Jervís le entregó las órdenes escritas referentes a la misión propuesta. Le confiaba el mando de una escuadra formada por ocho navíos de guerra y, a ellos se añadió una bombarda española que acababan de capturar al aproximarse a la plaza. La oficialidad que asumía el mando pertenecía a una élite de colaboradores y amigos personales de Nelson, aunque no pudo reclutar los marinos que pretendía, creía poder conseguirlo con los que le acompañaban.
Las instrucciones escritas eran claras: Tomar la ciudad de Santa Cruz por medio de un asalto rápido y vigoroso. En caso de éxito, obligar a los habitantes y a los del distrito adyacente al pago de una fuerte contribución. Si no le entregaban el cargamento del Príncipe de Asturias y los otros tesoros perteneciente al rey de España, tomar, echar a pique, incendiar y destruir toda clase de embarcaciones, incluidas las de la pesca de Berbería. Como condición impondría a los habitantes de las islas el pago de una golosa contribución en concepto de rescate.
Intentaré realizar algunas precisiones sobre El General Gutiérrez y el Contralmirante Nelson basadas en mi libro: “ENTRE PIRATAS”
El Contralmirante conocía que el Puerto de Santa Cruz de La Laguna no contaba con municipio propio, con modestísimas viviendas de pescadores y mareantes, entre las que apenas destacaban, por ser tan humilde como ellas, la parroquia Nuestra Señora de la Concepción y la ermita de la Consolación. Era un pago marinero de San Cristóbal de La Laguna, donde El de Lugo, el conquistador de la isla, teniendo a poco a los guanches, tras la conquista puso su real. Nelson también estaba enterado de que su relevancia actual derivaba de un hecho natural que quebró las aspiraciones del norte de la isla en su predominio comercial. Se quebró el futuro ventajoso de la Isla Baja cuando, en 1706, tres lenguas de lava destruyeran el Puerto de Garachico el más importante puerto de Canarias, después que el volcán lo tragara, engullera como si nunca antes hubiera siquiera existido.
La bahía de Santa Cruz de La Laguna constituía un refugio aparentemente seguro para los galeones, muchos de ellos cargados de tesoros expoliados allende los mares y que hacían un alto en su ruta a Cádiz o Sevilla. La villa estaba ubicada cara al mar abierto y contaba con un desembarcadero y una rada espaciosa. Los barcos que no fondean en ella permanecen a merced de viento y aquellos galeones que se aproximaran con intenciones perversas, arriesgaba en exceso. Al ser descubiertos quedarían a merced del fuego de sus cañones repartían a lo largo de, al menos, tres kilómetros de costas. Estos y otros detalles los conocía perfectamente el contralmirante. Mucho tiempo dedicó al empeño estudiando su situación geográfica. Los servicios secretos de la armada inglesa no ocultaba sus apetencias por el archipiélago; le hicieron cómplice de datos de los que nunca antes dispuso un marino inglés.
Las apetencias de contar con un asidero próximo al continente negro, con una colonia desde donde controlar el tráfico marino con América era codiciado por la inteligencia real Inglesa y fue estudiado, con el mayor sigilo por sus servicios secretos. Por ello contaban con un cúmulo de datos que sólo unos meses antes pudo contrarrestar los enredos de los franceses con Jean-Batista Drouet, a la cabeza, en las colonias inglesas para que obtuvieran su independencia en detrimento de su imperio. Los confidentes que pululaban en la isla, unos por su origen inglés poco escorados a la integración y otros por conciernas crematísticas y comerciales, le informaban de el más nimio de los detalles del Puerto de Santa Cruz de La Laguna.
Contaba con unas 10.000 almas y, desde luego, sería espoleta perfecta para ser utilizado como trampolín para confiscarle a España el resto de la isla, hacerse con el archipiélago y pagar con la misma moneda a los españoles por sus enredos en las colonias anglófilas. Los mercadeos británicos en África y en América dotaban a las islas, las cargaban de importancia estratégica. A ello se adherían los vínculos comerciales que ya de viejo les unían al archipiélago canario. Por otro lado, en el especto comercial una clase social pro anglófila enriquecida con el negocio con los británicos mucho más rentable que con la propia España ocupada en otras cosas.
Tardó en llegar a Tenerife la noticia y lo hizo el día primero de noviembre de 1796, la tuvo en sus manos el General Gutiérrez el 5 de de Octubre: S.M. Católica Carlos IV había declarado la guerra al Rey de Inglaterra, a sus Reinos y Súbditos y al militar le produjo ardor de estómago y una risa nerviosa que no podía parar su indignación y contrariedad. No soportaba ver como desde la metrópolis se le pedía máxima precaución, se le encarecía extrema vigilancia y, sin embargo, no llegaban refuerzos y no se atendían a sus requerimientos.
Gritó en su aposento, golpeó la mesa y comentó:
-Se olvidan de su colonia, me han desterrado a una ratonera.
Sin embargo, cuando Antonio Miguel Gutiérrez González-Varona arribó a Canarias con el grado de Comandante General de la colonia venteaba ya rancio para queso fresco. Le prendieron los años a empellones y al ver el panorama del lugar donde le confinaron, en el África que detestaba, de la que abominaba por sus deplorables recuerdos en Argel; de aquella maldita batalla donde estuvo a punto de criar malvas, solo le faltó prender a llorar al llegar a Tenerife. Sacó el pañuelo y tosió asmático como si quisiera escupir a pedacitos su pulmón. Miró en su entorno, suspiro largo aunque con el poco oxigeno que le ventilará sus viseras y le salvó la presencia de su Ayuda, al que ya, las comidillas provincianas avisadas por los cotillas de turno, le apodan, con coña, “El Sobrino”.
Durante el viaje un asma flemosa avejentaba sus sesenta y dos eneros incubados entre pecho y espalda. Fue recibido por los Señores de la isla con una fanfarria pueblerina que le postraban en un cabreo sordo; al llegar al desembarcadero, apenas emprendió una triste sonrisa. Después de tantos sinsabores le jubilaban alejado de su Aranda del Duero. No fueron comprensivos su añoranza de gastar su vejes con sus paisanos. Sin embargo, como buen militar la disciplina manda y órdenes son leyes. Pensó en su carrera en el ejército y le dolió aquel exilio, pero se conformó mirando a los que el acompañaban y que compartían destino con él. Soñaba algo mejor para sus últimos años, para alguien que desde el año 1770 era mariscal de campo.
El mar, los conflictos bélicos, junto a la sal arrugando su piel le aportó un tremendo temperamento, seco y duro. Pero cariños y tierno para con los próximos. Contaba con una mirada enérgica que contrastaba con lo decrépito de su porte, había nacido por los deseos del divino para una prolongada entrega al ejército. No perdió los años mozos precisamente en correr detrás de las mujeres y brindó su fastidiada existencia a las guerras de España.
Era un hijo de la época colonial donde el robo se apellidaba ampliar el imperio para esplendor de Dios. Pero, como siempre ha sucedido “quien no guarda la finca le ponen medianero” e Inglaterra lo pretendía. Como cantaban en las tabernas de la isla:
-Para una puta otra.
Por ello, cuando Gutiérrez llegó a Canarias a finales de enero de 1791, se dispuso a no perder el tiempo pues era conocedor por los correveidiles de las disputas coloniales. Emprendió, nada más poner su cansada bota en Tenerife, un estudio concienzudo de las defensas del archipiélago. No comprendió la ligereza del Rey más interesado en cobrar impuestos que en proteger a sus súbditos. Monarca que le importaba un bledo lo que sucediera en su colonia al norte del África. Pero el Comandante General no se achicó con los contratiempos, pidió ayuda a la metrópolis y, cuando cerraron sus oídos a sus suplicas, entendió que tenía que buscarse la vida por si mismo y ordenó, de inmediato, actualizar el plan general de defensa, que tuteló personalmente corrigiendo y ordenando lo militarmente correcto, su experiencia le sirvió de algo. Para su cumplimiento dictó numerosas providencias y recomendaciones, efectuó diversos nombramientos y, conociendo que la sorpresa era la mejor arma del Inglés, organizó una serie de puestos de observación en las atalayas para que los vigías o atalayeros avisasen con banderas y señales de fuego de cuanto se viera en el horizonte, también preparó mensajeros a pie y a caballo para recibir con prontitud los partes emitidos por sus subordinados y estar puntualmente informado.
Por el otro lado Nelson acostumbrado al ataque por sorpresa el regusto de una victoria aguerrida le regalaba vanidad, pero a un tiempo le exigía premeditación y astucia. Entre sábanas cavilaba los pormenores de la añorada conquista de las islas, soñaba con el halago que sus oídos recibiría una vez llegado a Inglaterra con unas islas conquistadas para el imperio en África.
El Contralmirante con las instrucciones dadas por escrito por el Almirante Jervis, el 12 de abril, somete a sus oficiales el plan trazado, los cita a todos en el alcázar de su buque. Les comenta que la encomienda, no sin cierta dificultar, es factible. Les hace llegar que el puerto de Santa Cruz dispone de buen anclaje siendo factible alcanzarlo por sorpresa amparándose en la noche. Lo estimula con el recuerdo Blake. La idea proyectada en principio consistía en desembarcar en un punto de la costa santacrucera y cortar las conducciones de agua hechas de madera que suministraban a la villa de Santa Cruz; el plan haría caer en sus manos la presa con cierta facilidad. Aquel pago de La Laguna, según les comenta, sólo cuenta con casas de una planta y a lo sumo de dos, pero carece incluso de sistema de alcantarillas. Lo más importante en este plan inicial es que dependía del agua que llegaba por aquellos conductos de madera. Si se materializa la primera fase de su plan lograría someter del enclave en un santiamén. La rendición sería inevitable en pocas jornadas, el botín colmaría sus alforjas sin excesivos costes. Sabía que Tenerife carecía de fortificaciones significativas. El contralmirante disponía de información puntual y comentó entre sus oficiales que no es de temer en exceso los Castillo de San Cristóbal y de Paso Alto; sin embargo, no le dio mayor importancia a los Castillo de San Juan, al Fuerte de San Miguel y las Baterías de la Concepción, del Flanco de San Telmo, de San Francisco, de San Juan, de Las Cruces y de Barranco Hondo, así como la Torre de San Andrés fuera de la línea de Santa Cruz, de así como tampoco otras fortificaciones secundarias que se desparramaban a los largo de la costa. En cuanto al Castillo de San Cristóbal donde basculaba su estrategia conocía el informe que el ingeniero Lartiué emitió en 1792 y que en esencia venía a decir: “Se considera como punto céntrico de toda la Línea y población de Santa Cruz de Tenerife; está dado por inútil e insuficiente por infinidad de defectos de construcción, de defensas y deterioros”
Ha llegado la hora, las órdenes directas las recibe de Jervis el 14 de julio, su jefe ha hecho suyas las recomendaciones de Nelson.
La estrategia era meridiana: desembarcar con sigilo, aprovechando la noche para no ser descubiertos, en la playa de Valle Seco y avanzar en la oscuridad, introducirse tierra adentro ocupar el Risco de Altura, situarse a la retaguardia del castillo de Paso Alto. Si se lograba esta primera fase del plan, después todo sería un divertimento. Atacarían el castillo, por su retaguardia, hasta rendir a su guarnición. Nelson del miedo que despertaba él y su flota, sabía de su fama y confiaba rendir al Castillo de San Cristóbal; incluso conocía personalmente al General Gutiérrez. Pero al contralmirante no le gustaba dejar detalle al hacer y previó incluso que sus planes no saliesen como se habían propuesto: que la toma de Paso Alto no derivase en la conquista del otro castillo. Planeó, alternativamente, dirigir a sus hombres en tierra al muelle y atacar el Castillo de San Cristóbal que el lejano de 25 de julio de 1575 mandó a construir por Felipe II en la Real. Hasta desarticular la defensa artillera; después, desembarcar cómodamente el resto de las fuerzas que sin mayores inconvenientes se harán con el control total de la plaza.
Nelson por los datos que contaba creía que las fortificaciones que se repartían a lo largo del literal Santacrucero habían sido edificadas para evitar ataques provenientes del mar, pero soportarían las acometidas desde tierra. El intríngulis del atrevido plan de conquista giraba en torno a la premisa de rendir la plaza por sorpresa y, después, encadenada a su victoria, vendría el resto, como un azucarillo caerían a sus pies, toda la isla quedaría a su merced.
Jervís le entregó las órdenes escritas referentes a la misión propuesta. Le confiaba el mando de una escuadra formada por ocho navíos de guerra y, a ellos se añadió una bombarda española que acababan de capturar al aproximarse a la plaza. La oficialidad que asumía el mando pertenecía a una élite de colaboradores y amigos personales de Nelson, aunque no pudo reclutar los marinos que pretendía, creía poder conseguirlo con los que le acompañaban.
Las instrucciones escritas eran claras: Tomar la ciudad de Santa Cruz por medio de un asalto rápido y vigoroso. En caso de éxito, obligar a los habitantes y a los del distrito adyacente al pago de una fuerte contribución. Si no le entregaban el cargamento del Príncipe de Asturias y los otros tesoros perteneciente al rey de España, tomar, echar a pique, incendiar y destruir toda clase de embarcaciones, incluidas las de la pesca de Berbería. Como condición impondría a los habitantes de las islas el pago de una golosa contribución en concepto de rescate.
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